Deseos buenos y resultados catastróficos
P. Fernando Pascual
25–2–2017
Un rey quería aumentar la importancia de su patria. Provocó una guerra terrible que empobreció a
la gente, causó miles de muertes y... y debilitó su patria.
Un revolucionario prometía la justicia para las clases más desfavorecidas. Tomó decisiones
draconianas. Al final, llevó a su país a la ruina, y provocó la muerte por hambre de miles de
campesinos y obreros.
Un reformador religioso deseaba mejorar la vivencia del Evangelio y la moral de la gente.
Desencadenó un movimiento donde las divisiones e incluso las violencias causaron daños durante
siglos.
Deseos buenos los ha habido y los hay en muchas personas que ocupan puestos importantes en la
vida de los pueblos. El problema es cómo los persiguen y qué resultados concretos producen con
sus actos.
Porque no bastan las intenciones para que un pueblo mejore. Lo que importa es unir metas buenas
con medidas justas y con esa prudencia que resulta básica para llegar a decisiones bien orientadas.
En la historia humana encontramos personajes nefastos que con supuestas buenas intenciones han
causado catástrofes inmensas. Basta con estudiar lo que prometían y lo que luego realizaron ellos o
sus seguidores para abrir los ojos a tantos dramas humanas.
Por eso, ante las lágrimas de miles de víctimas inocentes, ante las divisiones sociales o religiosas
provocadas por reformadores fanáticos o incluso sanguinarios, hay que conocer mejor los errores
del pasado para no repetirlos en nuestro tiempo complejo y tan necesitado de justicia, de paz y de
una buena dosis de prudencia.