Damos lo que hemos recibido
P. Fernando Pascual
31–3–2017
Dar produce una alegría íntima. Porque así ayudamos a otros. Porque nos sentimos útiles. Porque
invertimos la existencia en actos de servicio.
Para dar necesitamos antes recibir. “Nadie da lo que no tiene”: lo hemos escuchado tantas veces, y
también lo hemos experimentado con pena.
Por eso, en los momentos en los que tenemos y podemos dar, necesitamos recordar lo mucho que
hemos recibido.
Los primeros en darnos tanto fueron nuestros padres. Paciencia, sueño, comida, vestidos, sonrisas,
abrazos, acogida. Nunca podremos darles gracias como se merecen.
Después, recibimos tantos bienes gracias a maestros y amigos, porteros y médicos, entrenadores y
músicos, técnicos y payasos, escritores y guionistas, sacerdotes y religiosas.
La lista de aquellos que nos dieron es larga, casi inabarcable. Al elaborarla, por desgracia, muchos
quedarán en el olvido, porque fueron simplemente rostros anónimos, o porque ya están escondidos
en la memoria.
Pero en esa lista no puede faltar quien nos lo dio todo: Dios. Porque venimos de Él. Porque nos ama
como Padre. Porque nos ofreció la salvación en su Hijo. Porque nos anima y consuela con el
Espíritu Santo.
Por eso, mientras sentimos una alegría inmensa al dar tiempo, ropa, sonrisa y ayuda concreta a los
cercanos o a los lejanos, recordamos que todo, todo, nos viene del Padre de los cielos.
“¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras
recibido?” (1Co 4,7). “Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre
de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación” (St 1,17).
Esta semana, este día, Dios me mantiene en el milagro de la existencia. Tengo nuevas oportunidades
para servir, para amar, para dar lo que he recibido. Me sumerjo en el gran movimiento de la ternura
de Dios cada vez que comparto, como hijo del mismo Padre, lo mejor de mí mismo con mis
hermanos.