Prudencia educativa
P. Fernando Pascual
4–4–2017
Las preguntas surgen continuamente entre los educadores: ¿intervenir o dejar pasar? ¿Tomar la
iniciativa o ver qué hacen los educandos espontáneamente? ¿Corregir ahora o hacer como si nada
hubiera ocurrido?
Ante preguntas como las anteriores, existen dos posturas antitéticas. Una consiste en intervenir a
cualquier precio, en castigar de inmediato, en adoptar una postura directiva con órdenes e indicaciones
claras.
La otra consiste en evitar intervenciones supuestamente dañinas, que podrían provocar tensiones, que
enrarecerían el ambiente, que serían criticadas como autoritarias, que coartarían los caminos hacia la
responsabilidad personal.
Entre esas dos posturas antitéticas podrían indicarse otras, más cercanas a la primera o a la segunda.
Por ejemplo, el miedo a consecuencias negativas si no se corrigen ciertas cosas, o el miedo a
“quemarse” y ser visto como un desfasado educador “a la antigua”.
A la hora de afrontar este tipo de preguntas, resulta útil recordar las famosas distinciones: no hay que
incurrir en el permisivismo ni en el autoritarismo, en las imposiciones o en las omisiones, en los
miedos por exceso o por defecto.
En el horizonte, se insinúa la importancia de la virtud de la prudencia, esa que permite evaluar
seriamente las situaciones, las personas, las posibilidades, y que permite adoptar decisiones orientadas
al mejor modo de conseguir metas buenas.
Porque hay ocasiones en las que los hijos, o un grupo de alumnos, o una oficina de trabajo, requieren
una intervención serena pero firme para evitar abusos y daños que sufren los más débiles.
Porque también hay otras ocasiones que aconsejan una pausa reflexiva para observar cómo reaccionan
las personas y para ver si muchos (ojalá todos) escogen los caminos más correctos para vivir en común
y para llevar adelante los propios deberes.
Ser educador nunca ha sido fácil, pero siempre es algo bello. A pesar de todos los riesgos, a pesar de
que fácilmente se incurre en el exceso o en el defecto, una buena dosis de prudencia, acompañada por
el auténtico cariño hacia los educandos, se convierte en una aliada excelente para mejorar las
decisiones y para acompañar a quienes necesitan buenos guías y compañeros en el camino hacia la
propia maduración.