Soy creyente no practicante

Padre Pedrojosé Ynaraja

¡Qué curioso! Pues resulta que yo soy practicante, pero no creyente (y perdóneseme la inmodestia, debería de haber dicho más exactamente: procuro ser practicante).

Si yo quiero estar seguro de que existe, o ha existido, un individuo, debo en primer lugar, comprobar su DNI, o presentar una fe de vida firmada por un juez, conocer su huella digital o, si ya fuera cadáver, atenerme a pruebas de ADN. Uno puede perder un vuelo de avión, porque no lleva consigo su DNI identificativo o el pasaporte, pese a que pueda tener consigo un montón de otros carnets, demostraciones de acompañantes que digan de que uno es uno mismo, por más quejas que presente a burócratas que han sido los responsables de la pérdida del tal documento. Si no lo lleva y el nombre coincide con el del billete, para la compañía no existe y no puede embarcar (y ese he sido yo, lo advierto por si el lector no lo ha deducido ya).

Y, mira por donde, de Dios nada de esto, ni tengo, ni he visto. No lo lamento. Desde mi quinto de aquel bachillerato, con pruebas de Aristóteles al canto, hasta no sé cuántos argumentos escolásticos del seminario, tratan de demostrarme que Dios existe, y la verdad es que no me convencen. Y si alguien se atreve a decirme que de donde salió el big-bang, le contestaré que un dios-big-bang no me interesa, me resulta insípido, frío e indiferente. Y que nadie crea que me declaro un “san manuel bueno, mártir” de Unamuno, nada de eso.

Lo que pasa es que Dios me ama con un cariño tal, evidente, experimentado, sucesivo, que ningún otro amor añoro. De aquí que yo le ame a Él. Y no dude que exista. Y me sienta feliz. Y, como me gusta su doctrina, trato de ponerla en práctica. Pero me resulta muy difícil. De aquí que acuda a Él mismo para que me ayude. Y no dejo de hacerlo cada día. Evidentemente, este diálogo frecuente, es la mejor prueba de su existencia.

He estado última e intensamente interesado en la organización de la liturgia de Semana Santa. Me preocupa la salud de más de un amigo a quienes trato de ayudar. Pienso en las atrocidades de la guerra en oriente medio, los niños inocentemente asfixiados, la hambruna, amigos o conocidos que no encuentran trabajo y no consigo ayudarles. La evangelización de personas no bautizadas que quisiera que conocieran a Jesús, para gozar de su amor y soy incapaz de contagiarlas… ¡tantas y tanta cosas me abruman! En consecuencia, como quiero ser cristiano practicante, como deseo no errar, ni obstaculizar mis ideales, celebro misa cada día. Y este Dios que tanto me ama, me ayuda.

Pienso ahora en Guy de Larigaudie, viajando por Hollywood, sintiéndose presa apetecible de jovencitas ambiciosas de conquistar al periodista francés. O moviéndose por las que deben ser maravillosas islas del sur, o por Bali, comunicándose con sensuales y preciosas tahitianas, que le cantan, le sonríen y le retan, como las que plasmó Gauguin en sus telas. ¿Cómo conseguía hacerlo, conservando lealmente su conducta cristiana? Se lo dice a un amigo: “Cada día me levanto muy temprano y voy a ayudar a misa y comulgar, a la que cerca de aquí, celebra un misionero. O mi admirada Juana de Arco, que antes de iniciar la conquista de París, y ya a sus puertas, pasa primero la noche y asiste a misa en Saint Denis”

Ambos y muchos otros dirían lo mismo que yo. Trato de practicar, ayudado siempre por el Señor, a quien nunca he solicitado que se me identifique con pruebas muy probatorias aparentemente.