Tarragona-Anfiteatro

Padre Pedrojosé Ynaraja

Estaba en Tarragona hace pocos días, ocupado en un proyecto del que otro día hablaré. En esta ciudad, como en tantas otras de las riberas del Mediterráneo, en cualquier agujero que practiques, encuentras una piedra histórica. Fue esto lo primero que me dijo un profesor amigo de unos amigos, que me iba a acompañar por esos andurriales. De ello hace ya más de 50 años y continúa teniendo razón. Es su gran riqueza y motivo también de ciertos atascos. Porque la más pequeña cavidad que uno haga o vea, exigirá someterse a un interminable papeleo de comunicaciones y solicitud de permisos.

ANFITEATRO

Por muy importantes que puedan ser las riquezas arqueológicas, científicamente hablando, a mí, que no soy arqueólogo, lo que más me interesa y emociona de la ciudad, es el anfiteatro. Y no por sus cualidades arquitectónicas. He visto, iba a decir me ha tocado ver, bastantes y sé que hay muchos más. Se aprovechan hoy en día para diversas actividades: plaza de toros, teatro al aire libre o auditorios musicales. Tales utilidades son las que en este momento recuerdo, pensando en edificios de España, Francia, Italia, Tierra Santa y Jordania.

EL MAR

El encanto que para mí tiene el de Tarragona procede de su proximidad al mar (también el de Cesarea lo está, no lo olvido) pero este me sugiere el probable desembarco aquí de San Pablo. Se funda el tema en los proyectos que tenía el apóstol, cuando escribía a los Romanos: "Mas ahora, no teniendo ya campo de acción en estas regiones, y deseando vivamente desde hace muchos años ir donde vosotros, cuando me dirija a España... Pues espero veros al pasar, y ser encaminado por vosotros hacia allá, después de haber disfrutado un poco de vuestra compañía." (15,23)

TARRACO

Hay que añadir a este texto la tradición de que la Tarraco romana, por su condición de capital de provincia y de ciudad comercial y administrativa, y por el hecho de ser el puerto natural de enlace de Hispania con Roma, tiene muchas posibilidades de ser el lugar donde Pablo fue enviado al exilio, según antiguos documentos.

Pero, por importante que sea esta cuestión, lo que quería visitar y contemplar, era precisamente el anfiteatro, por el atractivo que tiene el hecho de que fue en él en donde Fructuoso, obispo del lugar, acompañado de sus diáconos Eulogio y Augurio recibió el martirio. Su historia nos ha llegado con marchamos de autenticidad. Otro día me referiré a ello.

Iba acompañado de una antigua amiga, casi 60 años nos une, misionera en la República del Congo desde hace más de 50. Leímos algunas indicaciones muy bien redactadas, para estar un poco orientados y decidimos separarnos, para facilitar la meditación personal.

FRUCTUOSO

Tuve los ojos fijos en el plano donde sabía había sido inmolado el santo. Recordaba admirado la respuesta que dio a un compañero de comunidad que se le acercó a pedirle que orase por él. Fructuoso le contestó con voz clara, de manera que todos lo oyesen: “ahora debo orar por la Iglesia católica extendida de Oriente a Occidente”. Desde la primera vez que supe esta respuesta, eran tiempos de seminario y asignatura de historia de la Iglesia, sentí gran admiración por el santo. Gran atrevimiento espiritual decirlo, sentencia profética también. ¿Esta amplitud de miras es la propia de tantos “líderes” eclesiásticos de hoy, o se quedan en limitados horizontes? El martirio configuró su santidad.

Cuando uno ha mantenido durante su vida el deseo modesto de santidad, con más o menos tropiezos y llega a viejo conservándolo, sabe que la única manera que le queda de conseguirlo es la del martirio. Se lo preguntaba al santo: ¿es esto lo que Dios me pide a mí? Le tengo miedo. Le pedía que ahora que tenía tiempo, por estar libre precisamente de las ataduras espacio/temporales, se acordara de interceder por mí.

Sumergido en tales pensamientos estaba, preocupado en todo caso de perpetuarlas sacando algunas fotos referentes al lugar, silenciosamente, se me acercó una paloma y me pareció que en su candidez me advertía que no ignorase a otros que por allí estaban.

Lo más vistoso era un grupito de juventud italiana, sonriente, sin poner demasiado interés en las ruinas que les había tocado visitar, seguramente programadas por los profesores que en aquel momento no sé donde estarían y por tanto aprovechando su ausencia para gozar a su modo.

TRES MÁRTIRES

Fructuoso, Eulogio y Augurio eran héroes que no podía olvidar yo, a esta juventud no podía ignorar tampoco, también merecieron mi atención fotográfica y mi posterior oración. Acabo citando textualmente: Fueron posiblemente los primeros mártires de los que hay constancia documental en la Historia del Cristianismo en España, a través de un testimonio de su martirio escrito por un testigo presencial. También hay testimonio epigráfico, en una lápida hallada en 1895 por una misión arqueológica francesa. San Agustín sentía gran admiración por estos tres mártires hispanos, y escribió uno de sus sermones para la misa de su festividad.

 

(Continuaré otro día)