Tarragona-Anfiteatro (II)
Padre Pedrojosé Ynaraja
No ignoro que la
población y su región circundante, goza de industrias químicas de importancia.
Añadiré una pequeña anécdota personal, que tal vez a nadie interese, pero que
yo recuerdo con afecto.
EL ELIXIR
Los cartujos se
distinguen por su austera vida que llega al límite de lo insoportable, que lo
sería si no fuera porque la experiencia demuestra lo contrario. La mayoría de
ellos gozan de longeva ancianidad, se lo demostraron a un Papa que quiso
disminuir su rígido vivir. Estos monjes conservan la secreta fórmula de un
elixir vegetal capaz de curar todas las enfermedades, virtud esta común a todos
los elixires vegetales habidos y por haber. Un antiguo prior de la Gran Cartuja
modificó la formula recibida del Mariscal Garnier,
reduciendo su grado alcohólico de 72º a 55º (o 69º a 53º) y nació en
consecuencia el Chartreuse, el mejor licor que uno pueda gustar, que goza de
acumular las propiedades medicinales de 120 plantas, conservadas gracias al
etanol. Se elaboraba hace años en Voiron, en los
Alpes franceses y en Tarragona, en locales que una industria vinícola les
facilitaba.
INFUSIONES
Si el Chartreuse era
el mejor licor, bien podían aprovechar otras antiguas fórmulas con modernas
tecnologías, pensaron los buenos monjes. En consecuencia, experimentaron la
deshidratación de infusiones medicinales, por ejemplo manzanilla, mediante
microondas. Tuve la suerte de observar los inicios de estos experimentos, que
poco después abandonaron, no sé porque motivo. Pero supe por aquel entonces lo
que era un magnetrón y sus efectos y un tapiz no tejido inmune a ondas de alta
frecuencia. (Soy hombre y todo lo humano me interesa, dijo Terencio)
Pura anécdota lo que
he contado, pero que la tengo presente cada vez, pocas veces son, que tengo
ocasión de tomar una copa de Chartreuse. Con un amigo, comentamos siempre que
tiene gusto de cartujo y añado yo, que su adquisición, por onerosa que pueda
resultar, facilita la ascética vida de estos monjes, que viven intercediendo
por nosotros. (Que nadie se asuste, su precio es inferior a un escocés Chivas
25 años)
La anécdota explicada
no pasará a los libros de historia, pero cuento que por aquellas tierras (Benifasar, Castellón) se fundó una comunidad cartujana
femenina, la única en España, que pudo subsistir en sus primeros tiempos, según
me contaron, gracias a los beneficios de la venta del fabuloso licor.
TARRACO ANTIGUA
De la Tarraco antigua, de sus murallas y edificios, todavía se
conservan en el núcleo antiguo de la ciudad actual muchos testimonios. Por
ciertas calles observa uno columnas y capiteles que formaron parte de antiguos
edificios y que al derrumbarlos, se aprovecharon para actuales edificaciones.
Debo volver a lo que importa hoy y casi había olvidado. Ya dije que me ha
tocado visitar unos cuantos anfiteatros en diversas ocasiones, por la pura
exigencia del turismo cultural en el que me encontraba sumergido. Gozan de muy
pocas variantes de planta y alzado, todos son semejantes
AFORO
Dado que las noticias
de los manuales se refieren siempre a la capacidad de sus espectadores, se me
ocurrió el otro día revisar y anotar este aspecto, de los que recuerdo ahora.
Me limitaré a poner junto al nombre del lugar, la cabida que se atribuye a cada
uno.
Tarragona 15000 /
Nimes 16300 / Arles 25000 / Cesarea marítima 4000 / Gerasa 3000 / Amán 7000 / Bet Shean 7000 / Coliseo de Roma 50000. El que me estoy
refiriendo sería, pues, de tamaño medio.
UTILIDAD
Si cada población
tenía el suyo ¿Cuál era su utilidad?, es lógico preguntarse. Advierto que no
debe confundirse un anfiteatro con un estadio o un hipódromo, de mayores
extensiones, ambos menos frecuentes y exclusivos de grandes ciudades. En los
anfiteatros se presenciaban luchas de gladiadores. Concursos de cacerías y
enfrentamientos con fieras que se conservaban enjauladas en los subterráneos
excavados bajo las arenas. Campeonatos atléticos y lo que fuera preciso, llámense
lamentablemente, martirios de cristianos.
La paloma de la que di
noticia el otro día, adivinando estas disquisiciones a las que me he entregado,
se vuelve a mí, reclamándome que escriba algo menos insulso. No quiero
defraudarla y, antes de acabar, añado que uno, situado en este anfiteatro, pese
a la indiferencia que uno observe, entre la gente que displicentemente se mueve
por el entorno, no puede dejar de mirar al mar y preguntarse cómo sería el
navío que trajo a Pablo. Evidentemente, aquella gran cáscara de nuez, en nada
se parecería a los que ahora observo en la lejanía.
LA PARTE CENTRAL
Baja la mirada uno y
se pregunta qué significan las edificaciones a medio terminar o a medio
derruir, que observa por la parte central. Para más inri, viene un señor a
preguntarme de qué época son los visigodos y en qué siglo empieza en la
península a utilizarse el estilo románico. Hago un esfuerzo, remuevo mi memoria
de tiempos de bachiller y le contesto que los visigodos fueron de los últimos
invasores bárbaros y que seguramente el arco que observamos delante nuestro, corresponde a esta cultura. A su derecha se ve un
ábside, le hago ver, que, evidentemente, es pre románico. Y para interpretar el
sentido de las ruinas del frente debemos acudir a un estratégico cartel.
Corresponden a una iglesia dedicada a la Nuestra Señora del Milagro (siglos
XII-XIII) que asistida por una comunidad de Trinitarios de 1576 a 1780,
subsistió posteriormente como cárcel, hasta 1900
LA TRINCHERA
La trinchera que atraviesa las arenas, estuvo cubierta en la antigüedad y
comunicaba con un túnel que se iniciaba a orillas del mar. Las fieras
destinadas a los espectáculos transportadas por mar, penetraban por esta
galería y directamente eran conducidas a las correspondientes jaulas en los subterráneos.
Llegado el momento oportuno del espectáculo previsto, debían elevarlas y
dejarlas libres para goce de los espectadores
Pienso ahora que tal vez sobra tanta palabrería y que era suficiente con
que hubiera dicho que los anfiteatros eran los polideportivos de aquellos
tiempos y se me hubiera entendido mejor, seguramente.
FRUCTUOSO, AUGURIO
Y EULOGIO
Vuelvo mi mirada de nuevo al centro de las arenas y pienso en Fructuoso.
El obispo no huyó del martirio, pese a que, juzgado con criterios humanos, su
muerte acarrearía la extinción de la pequeña e incipiente comunidad cristiana.
No ocurrió así. No desapareció, me recuerda mi amiga misionera, que acaba de
aproximárseme: nosotros descendemos de ellos. Exigente reflexión, pero no me
alejo del anfiteatro temeroso, la Gracia que enriqueció a estos mártires, es la
misma que me socorre a mí.
He estado a punto de bajar a las arenas y sacar mi péndulo de zahorí, aquel que me indica realidades espirituales que ninguna técnica física es capaz de detectar, pero me ha parecido que era profanar sagrado contenido. Me he alejado un poco intrigado, he preferido volver a invocar desde mi interior a Fructuoso, Augurio y Eulogio. Que ellos intercedan por mí.