De nuevo, sobre las causas
P. Fernando Pascual
29-4-2017
¿Quién trajo la silla? ¿Por
qué inició esta crisis? ¿Por qué motivos se difundió este virus? ¿Cuál es la
causa de este comportamiento?
Con diversas preguntas
apuntamos a una misma búsqueda: la que nos lleva a individuar las causas que
han producido unos efectos.
No siempre conseguimos hallar
las respuestas. A veces, porque nos equivocamos al pensar que fue el portero la
causa de la aparición de la silla cuando en realidad la trajo el vecino del
piso de arriba.
Otras veces, porque por más
que investigamos, no damos con el causante del accidente, o del robo, o del
inicio de una infección viral.
Los fracasos, sin embargo, no
eliminan ese deseo de conocer las causas de tantos fenómenos. Porque, una vez
conocido el porqué, es posible empezar un camino para evitar males futuros o
para promover beneficios deseables.
La historia de la filosofía
muestra las dificultades que surgen a la hora de explicar la causalidad. Para
algunos, la palabra causa no tiene mayor relevancia y se limita a explicar que
siempre que encontramos A luego sucede B.
Para otros, entre los que
encontramos nombres como Aristóteles o santo Tomás, la causalidad tiene un
valor precioso para conocer el mundo en el que vivimos.
Ciencias humanas como la
antropología o algunas vertientes de la psicología, han dado un gran relieve a
la idea de causa, por ejemplo al explicar las relaciones entre libertad y
responsabilidad.
Porque, un tema que resulta de
importancia innegable, solo cuando admitimos que el
ser humano es causa libre de algunas decisiones, podemos encararle con la
pregunta que prepara una alabanza o una condena: ¿por qué lo hiciste?
El tema de las causas ha
ocupado y ocupará un lugar único en la existencia humana. En las reflexiones
cotidianas y en los estudios de laboratorios de alta precisión, una y otra vez
miramos los hechos de nuestro mundo y nos preguntamos, seriamente, sobre las
causas que los expliquen y que permitan reproducirlos, o evitarlos, en el futuro.