Paz, diálogo y conversión
P. Fernando Pascual
29-4-2017
Cuando estalla un conflicto,
cuando hablan las armas, muchos invocan el diálogo como camino para superar los
males de toda guerra.
Sin embargo, precisamente
porque hay odios, ansias de poder, ambiciones y deseos de venganza, el diálogo
resulta sumamente difícil.
Porque, ¿cómo sería posible
que un diálogo conduzca hacia la paz si en los corazones existe una sed casi
insaciable de rabia y de violencia?
Por lo mismo, solo será
posible encontrar caminos hacia la paz si inicia en todos, o al menos en
muchos, una conversión sincera.
En esa conversión unos y otros
reconocerán sus culpas. Ese es el primer paso para el cambio, para llegar a
treguas concretas y efectivas.
Luego, cuando callen las armas,
será posible dar mayor atención a los civiles, y abrir espacios a las ayudas
humanitarias.
La conversión permitirá
construir un diálogo abierto a la escucha, disponible a la búsqueda de la
justicia, dispuesto al perdón, preparado para reconocer las propias
responsabilidades.
Un diálogo basado en la
conversión, y no otros intentos fallidos de negociaciones que poco o nada
consiguen, construirá puentes, acogerá las peticiones
legítimas de unos y otros, dejará a un lado prepotencias y ambiciones.
Para conseguir esa paz que
tantos desean, sobre todo los más vulnerables, y que también anhelan los
soldados (que no son de piedra), la conversión es un requisito irrenunciable.
Para los creyentes, esa
conversión es un regalo que viene de Dios, que toca los corazones, que denuncia
soberbias y odios, que permite reconocer la dignidad del otro, y que impulsa al
acto, libre y generoso, del perdón.
Por eso, todo esfuerzo genuino
para alcanzar paces buenas lleva consigo una oración humilde e insistente al
Padre de los cielos, para que la conversión supere los innumerables males de
las guerras, y para que conceda a los hombres y a las sociedades el gran don de
la justicia verdadera.