CONTRA LA INJUSTICIA
Su
afiebrado cerebro le hacía otear el horizonte y ver lo que solamente él era
capaz de ver.
Repentinamente,
luego de un recodo del camino, comienza a verles.
Se
alzan ante él amenazantes, agitan sus brazos en señal de inusitada fiereza.
Vaya
uno a saber qué es lo que ocultan con aquella inusitada y amenazante furia.
Resulta
imposible, para él, pasar indiferente a su lado.
Sus
muchas y fracasadas gestas le habrían de hacer enfrentarse ante un enemigo casi
imposible de vencer.
No
duda, no vacila, y avanza fiero, decidido, valiente.
Es
fácil imaginar el resto de la escena. Es simple suponer el maltrecho estado de
aquel ingenioso hidalgo.
Es,
quizás, la sensación que nos queda cuando nos enfrentamos a una injusticia.
Nos
parece estar enfrentados a un monstruo que no vemos puesto que nos limitamos a
observar sus efectos.
Cuando
le descubrimos, generalmente, ya ha actuado, ya ha dañado y es, casi imposible
restañar el daño causado.
En
oportunidades, a la injusticia, la podemos ver lejana y casi anónima.
En
oportunidades la podemos experimentar golpeando a rostros que podemos conocer o
podemos sentir como parte de lo nuestro.
En
oportunidades la sentimos descubrir afectando a seres muy cercanos o muy
queridos y comenzamos a vislumbrar lo duro de la misma.
Algunas
veces podemos saber que ella irrumpe en nuestra vida y nos lastima, nos hiere,
nos afecta.
La
injusticia es una realidad ante la que se nos hace muy difícil pasar con
indiferencia.
Por
más que la sepamos muy frecuente, por más que nos haya sacudido en más de una
oportunidad, siempre posee la fuerza de lo nuevo y nos causa el impacto de lo
novedoso.
La
injusticia es, siempre, un golpe bajo a la razón.
Se
podrán buscar mil excusas para justificarla pero nunca existirá una
acabadamente válida que le quite el rótulo de injusticia.
Cuando
a la misma la acompañamos de autoritarismo, prepotencia y mentiras la estamos
haciendo doblemente injusta puesto que no es otra cosa que un aprovechar alguna
situación ventajosa de nuestra parte para cometer la misma.
Hay
veces que pretendemos justificarla en aras de algún valor superior pero........
¿puede algún valor justificarse desde la injusticia?.
Pretender
hacer creer tal cosa es caer en una falacia que no resiste el más mínimo
análisis.
Es
intentar hacernos ver, en nada más que unos indefensos molinos, a unos
amenazantes gigantes que autorizan cualquier pretexto con tal de que sean
derrotados.
En
nuestro foro interno somos sabedores de que estamos actuando incorrectamente pero
igualmente actuamos y entonces........ somos, también,
injustos para con nosotros mismos puesto que nos movemos desde la ilógica de la
mentira.
Arremeter
contra una injusticia es, irremediablemente siempre, correr un riesgo.
En
más de una oportunidad, lo sabemos de antemano, habremos de quedar como el
ingenioso hidalgo luego de su desigual lucha con los molinos de viento.
Muchísimas
veces luchar contra una injusticia es perder lo que más queremos por ello es
que tantísimas veces acallamos nuestra voz ante ella.
Sin
lugar a dudas que la injusticia, parecería, guarda una directa relación de
proporcionalidad con el poder que se pueda tener.
Cuanto
más poderoso se es más injusto se puede ser.
Cuanto
más poder se posee mayor es el riesgo de cometer una injusticia mayor.
Cuanto
más poder se ostenta, se sabe, mayor será el número de los heridos de entre
quienes osen oponerse a su voluntad.
El
injusto, porque ostenta el poder, siempre encuentra alcahuetes que se prestan a
servir de mandaderos en la concreción de una injusticia.
Es
tan injusto quien se presta a ser utilizado como quien utiliza a otro para
llevar adelante una injusticia.
Si
bien todos podemos saber que en alguna oportunidad hemos cometido una
injusticia no podemos permanecer
indiferentes ante uno de los pecados más claramente opuestos al espíritu de los
evangelios.
Por
más que, bien lo sepamos, mucho habremos de herirnos vale el hacer algo para
combatirla.
Padre Martin Ponce de
Leon SDB