CADA
DÍA SU AFÁN
Diario de León
FÁTIMA
Y LA PAZ
En este año centenario de las apariciones de la Virgen
María en
Fátima se recordará una y otra vez su mensaje. En el marco de la primera
guerra mundial, en Cova de Iría, ella dirigía un
mensaje de paz a los tres pastorcitos de Aljustrel: Lucía,
Francisco y Jacinta.
Al cumplirse los cincuenta años de las apariciones,
Pablo VI viajó como peregrino a aquel santuario. En la homilía que pronunció
aquel 13 de mayo de 1967 manifestó las intenciones que quería presentar a los
pies de la Reina de la Paz.
En primer
lugar quería rogar por la paz interna de la Iglesia. A menos de año y medio de
la clausura del Concilio temía él que algunos tratasen de sustituir la
tradición teológica de la Iglesia por diversas interpretaciones de la fe. Temía
también que el ejercicio de la caridad fuera sustituido por otras prácticas
profanas.
Ese afán de una
pretendida modernidad no sólo dañaría a la Iglesia misma, sino que dificultaría
el diálogo con los cristianos no católicos. Y además defraudaría las esperanzas
de la humanidad que, a veces sin saberlo, espera de la Iglesia una palabra de
verdad y un gesto de amor.
Así que el Papa pedía a María que preservara a la
comunidad como una Iglesia viva, verdadera, unida y santa, llena de los frutos
del Espíritu Santo.
En segundo lugar, el Papa llevaba a los pies de la Virgen
de Fátima otra petición: la paz del mundo, amenazada por una carrera de
armamentos que mantenía en un temor incesante el clima de la llamada “guerra
fría”.
Pablo VI era consciente de la situación que vivían muchos
fieles en los países en los que se pensaba que la negación de Dios era la
condición indispensable para alcanzar la liberación de los pueblos. Así que
pedía, además, la libertad religiosa en aquellos países que promovían el
ateísmo y perseguían a los cristianos.
Tampoco olvidaba las enormes bolsas de pobreza y la plaga
del hambre que afectaba a una gran parte
de la humanidad.
En consecuencia, el Papa pedía el don de la paz, que solo
Dios puede conceder. Y, al mismo tiempo, pedía a los hombres de todo el mundo que
olvidasen sus intereses particulares y comenzaran a acercarse los unos a los
otros con la intención de construir un mundo nuevo y más solidario.
Aquella interpelación tan poética como vigorosa es una de
las piezas maestras del magisterio de Pablo VI. Con ella se hacía eco tembloroso
de la voz de María, que había pedido a los pastorcitos orar por la paz y ejercitarse
en la oración y la penitencia.
A cincuenta años de aquella visita, y al celebrar ahora
el centenario de las apariciones de la Virgen María en Fátima, es este un buen
momento para reflexionar sobre aquel mensaje profético de Pablo VI.
José-Román
Flecha Andrés