MULTITUDES

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

Hoy en día a la juventud le satisface mucho encontrarse dentro de una multitud entusiasmada. Tanto en la vida civil, sea el concierto de un famoso conjunto, o una manifestación contra lo que fuese. Lo fundamental es que sean muchos. En el terreno religioso-cristiano ocurre algo semejante. Uno de los atractivos de Taizé es que allí el chico o la chica, sabe que encontrará por lo menos a 500 compañeros y si así acontece dirá que eran muy pocos. Hablo de Taizé porque desde principios de los 60 del siglo pasado, he estado allí bastantes veces. Varios miles de asistentes se encuentra uno allí casi siempre. (No me refiero a la comunidad monástica, que la considero admirable e intocable).

 

Pero a Taizé, a las Jornadas Mundiales de la Juventud, a los “Aplecs de l’Esperit” (en Cataluña) a Lourdes acompañando, a Compostela, etc. etc. se puede ir y volver como se llegó a la meta. Sin más que alegre convivencia, sin exigencia de compromiso. Si lo dicho es un peligro, debo advertir que en Madrid a la JMJ que fui, existía un gran paseo repleto de confesonarios. Pese a que yo iba como periodista, no olvidaba mi sacerdocio y me acerqué al lugar, ofreciendo mi servicio ministerial. He de decir que escuché casi siempre: “he venido a las JMJ un poco sin saber por qué, pero ahora quiero convertirme, por eso me confieso”. Su asistencia, pues, resultaba para muchos comprometedora, personal e individualmente. A Dios gracias.

 

Cambio de tercio. He vuelto a comprar, ahora por Internet, de segunda mano, el libro de Saint Exupéry “Tierra de los hombres”. Quería recordar el relato que antiguamente casi me sabía de memoria, del accidente aéreo de su amigo en los Andes. Decía y repetía: esto no lo hubiera hecho ninguna bestia. No tenía razones para seguir caminando por la falda de la montaña helada, pero pensar que los suyos, esposa y amigos, si le creían vivo, estarían seguros de que avanzaba, no le permitía defraudarlos. Llegó un momento en que ya no podía más, iba a dejarse morir. Pensó entonces que si su cadáver no era encontrado, su mujer no cobraría seguro alguno. Era preciso que de inmediato que su cuerpo fuera visible, se trataba de su mujer. Subió a una loma, para que su cuerpo muerto pudiera verse desde lejos, en llegando a la cima divisó la carretera, se encontró con los suyos. Su sentido de la solidaridad responsable le salvó. Tal cosa no la hubiera hecho ninguna bestia. Lo decía y repetía y con razón.

 

Tales actitudes, con frecuencia, se olvidan hoy. Se huye del compromiso matrimonial-familiar contentándose con flirtear, manitas y besitos, con cierto “derecho a roce”. Comprometerse a amarse y arriesgarse a colaborar toda la vida estrechamente, eso, no. Los cristianos olvidan, o ignoran, la riqueza del sacramental, cosa muy lamentable, que lo diferencian del contrato civil, por digno que este sea.

 

En el terreno de la amistad ocurre algo semejante. Encontrarse, conocerse superficialmente (a nadie le interesa mi vida interior, que es muy mía y en exclusiva). Enviarse mensajes SMS o WhatsApp. Y punto. Cuanto mayor sea la multitud que se apretuja, mejor que mejor. Conocer a mucha gente, sí, pero que no me vengan a contar sus problemas. Los perros acompañan lealmente. Las tórtolas se abrazan graciosamente, mientras arrullan. Las grullas emigran en grandes bandadas, de norte a sur, antes de que se inicie el invierno. Reunidos sí, pero basta.

 

La capacidad de comprometerse del hombre, es única. Los santos, los mártires y los profetas principalmente, los más visiblemente arriesgados con Cristo y con su Iglesia, son testimonio visiblemente asombroso entre todos los vivientes.

 

De Medjugorje, donde nunca he estado, sé que lo que más asombra, son los confesonarios siempre ocupados. En la Iglesia hay sacramentos, todos fuentes de Gracia, pero el de la confesión exige comunicación, manifestación personal, compromiso que brotado del interior que se hace perceptible, comunicado al ministro del sacramento. La crisis es muy compleja. Más que teológicamente, creo yo, hay que contemplarla el trance, desde las realidades antropológicas que he mencionado y muchas otras más…

 

Digo siempre que a la gente joven de hoy le cuesta menos desnudarse corporalmente, irse a una playa nudista, que confiarse a un maestro espiritual. Llega un día que su situación le obliga a acudir al sicólogo o siquiatra. Allí desnudará su interioridad. Pero pagando y, como decía un día un ilustre facultativo, resulta más caro que confiarse a un amigo y es más aburrido, añadía con humor.