Miradas al futuro
P. Fernando Pascual
21-5-2017
Vemos el futuro con ilusiones
o con miedos, con esperanzas o con angustias, con optimismo o con cierta dosis
de pesimismo.
Nos inquieta no “controlar” lo
que pueda ocurrir en unas horas, unos días, unas semanas. Ni siquiera tenemos
certeza sobre si la corriente eléctrica funcionará regularmente durante esta
semana.
Las miradas al futuro reflejan
nuestra fragilidad. A nuestro alrededor, nada tiene firmeza completa. Hasta un
rascacielos puede caer deshecho en mil pedazos.
En nuestro interior, también
anidan sorpresas inesperadas. En cualquier día, a cualquier hora, puede
presentarse un dolor de cabeza, una cierta inquietud en el vientre, o
simplemente una llamada telefónica que nos deja desolados.
Nos cuesta aceptar que la
incerteza del futuro terreno es parte irrenunciable de la existencia humana. Lo
recuerda la misma Escritura: “no tenemos aquí ciudad permanente” por lo que los
cristianos “andamos buscando la del futuro” (Hb
13,14).
Cristo lo explicaba con la
imagen de la incerteza de la muerte, que puede separarnos en pocos instantes de
los bienes materiales más “seguros”: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el
alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?” (Lc
12,20).
Reconocer que el futuro es
siempre incierto no implica cruzarnos de brazos. El tiempo presente tiene
sentido cuando se invierte lo mejor de cada uno para abrir espacios al bien y
la belleza.
Pero el resultado nunca está
en nuestras manos. Solo cuando los hechos futuros aparezcan en el escenario,
comprenderemos cuál era el designio de Dios para cada momento de la historia
humana.
Una certeza, sin embargo, ha
sido desvelada respecto del futuro humano. El Sepulcro está vacío, Cristo ha
vencido sobre el pecado y la muerte, habrá un día una Resurrección y un juicio
de justicia y de misericordia.
Como recordaba el Papa
Benedicto XVI, “La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par
en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva”
(encíclica “Spe salvi” n.
3).
La incerteza del futuro ha
quedado revestida por la Luz de Cristo, esa Luz que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9). Por eso, ya sin miedos, nos lanzamos, como
san Pablo, “a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar
el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (Flp 3,13‑14).