LOS
MECANISMOS DE DIOS
Me preguntaste sobre el
actuar de Dios.
¿Pretendías, de mi parte,
una respuesta con el que llegaras a entenderlo?
Es evidente que no tenía
tal respuesta.
Pero, así como yo sabía no
la tenía, sabía nadie la tendría.
En ningún lado podrías
encontrar una respuesta certera que colmase tu pregunta.
Llegado un momento debemos
perdernos en el silencio de Dios.
Un silencio de Dios que,
únicamente, podemos aceptar desde nuestra confianza de hijos.
Un silencio de Dios que
resulta motivador de nuestra fe.
Podría intentar una respuesta llena de frases ya
hechas pero, estoy seguro, no podría realizar tal cosa y quedar satisfecho.
He aprendido a asumir el
que no puedo pedirle explicaciones a Dios y, por ello, aprendido a convivir con
el silencio de Dios.
Un silencio que puede
resultar doloroso e inentendible.
Un silencio que nos puede
sonar a injusto o a insensible.
Si explicase sus razones
podría, nuestro dolor, resultar más mitigado.
Si explicase sus razones
todo lo nuestro podría ser más llevadero.
Su silencio nos ubica en
nuestra realidad de creaturas.
Su mecánica va mucho más
allá de la pobreza de nuestras capacidades.
Lo más que podemos lograr
es entender vislumbres de su “Para qué”
aunque ello, en oportunidades nos insuma mucho tiempo de serena búsqueda.
Solemos hablar y pensar a
Dios desde nuestros parámetros.
Nuestra condición de
personas nos lleva a realizar tal cosa y movernos dentro de lo que nos resulta
conocido.
Pero Dios no es un humano
poderoso.
Él no requiere de lo
nuestro aunque lo descubramos en y desde lo nuestro.
Lo suyo trasciende lo
nuestro por más que hablemos de Él como uno más.
Lo nuestro dice de
realidades puntuales. Lo suyo dice de la totalidad en plenitud.
Jamás, desde nuestras
puntualidades, podemos entender la totalidad de lo de Dios.
Por ello pretender entender
los mecanismos de Dios desde nuestro saber resulta una utopía imposible de
lograr.
Pretender desentrañar los
mecanismos de Dios no es una actividad apta para nuestra limitada mente.
Ante ellos solamente cabe
la aceptación.
Es propio de nuestra
condición el rechazo de algunas situaciones porque carecen de lógica o están
desprovistas de sentido.
Es propio de nuestra
condición dolernos ante algunas realidades que nos golpean muy de cerca.
La fe no pasa por una
carencia de humanidad en nuestras reacciones o nuestros sentimientos.
Jamás podemos pretender que
la fe sea un antídoto contra lo humano.
Los mecanismos de Dios
reclaman nuestra fe.
Reclaman nuestra fe como
reafirmación de nuestra confianza en que lo de Dios es, siempre, lo mejor.
Aunque esa reafirmación la
hagamos con el corazón dolido y buscando respuestas que, lo sabemos, no
habremos de encontrar.
Los mecanismos de Dios no
deberían realizar otra cosa que un motivar nuestra búsqueda de “¿Para qué?”
sabiendo que los “¿Por qué?” corresponden a Dios.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB