Cuando
dejamos deslizar una mirada sobre la primera comunidad de seguidores de Jesús
nos encontramos con que una de sus actividades fue la misión.
Los
primeros cristianos la sentían como un algo que hacía a su propia esencia y así
la ejercitaba.
Era
una tarea donde se daba mucho de propagación y necesidad de crecimiento.
Así,
entre errores y aciertos, con mucho tesón, la Iglesia transitó por los caminos
del mundo para llevar el mensaje de Cristo.
Esa
realidad aún se continúa dando y son muchos los cristianos que se ponen en
camino para, dejando todo, trasladarse a tierras lejanas para compartir a
Cristo.
Tal
vez podamos creer que esa tarea misionera es propia de, únicamente, algunos
elegidos y no de los cristianos comunes como podemos descubrirnos muchos de
nosotros.
Ser
cristiano es ser misionero.
El
hoy nos está haciendo tomar conciencia de la necesidad de retomar esa esencia
misionera que hace al quehacer de
nuestro ser de cristiano.
Sin
necesidad de abandonar nuestro lugar de vida debemos ejercer nuestro ser
misionero.
Hay
toda una tarea misionera que debemos realizar desde lo cotidiano de nuestra
existencia.
Sucede
que, muchísimas veces, al hablar de la Iglesia miramos directamente hacia los
curas y pensamos que son ellos “los propietarios” de la misma.
Nuestro
ser Iglesia nos hace sabernos formando parte de una realidad donde todos somos
responsables y, por lo tanto, todos estamos llamados a participar de lo que
hace a su vida misma.
Es
cierto que los curas somos pocos y cada vez menos pero el ejercicio de la
realidad misionera del cristiano no-pasa por una cuestión de estrategia
numérica sino que pasa por la constitución misma de nuestro ser cristiano.
Sería
muy lamentable que se apelase a los laicos solamente como resultado de una
cuestión numérica.
Con
muchos o con pocos curas la responsabilidad de los laicos siempre será
idéntica.
Por
tarea misionera del cristiano no se debe entender un pretender buscar imponer a
Cristo sino compartirlo desde un actuar propio de Él.
Uno
de los primeros ejercicios misioneros de todo cristiano es el esfuerzo
permanente por cumplir sus deberes de la mejor manera posible.
La
casa es el primer terreno de misión en la que el cristiano debe desempeñarse.
Es
allí donde deben darse las muestras del cristianismo que se vive mediante la
vivencia de los valores vividos por Cristo.
¿Quién
puede sentir que ha cumplido con su tarea casera de cristiano?
Siempre
hay una necesidad que atender, siempre hay una tarea que se debe realizar con
alegría, siempre hay una herida para cicatrizar, siempre hay un diálogo por
intentar, siempre hay una palabra por brindar o un silencio por conservar.
Un
nada simple campo misionero en el que nos debemos empeñar es en el cumplimiento
de nuestras obligaciones de vecinos.
No
podemos mirar el lugar donde vivimos como una mera ubicación circunstancial
sino que debemos mirarlo dentro del proyecto de Dios y, por lo tanto, con una
tarea por desarrollar.
Ser
vecino no es intentar inmiscuirnos de la vida de los demás sino preocuparnos
por sus necesidades y realidades.
Siempre
hay lugar para una visita, siempre hay la oportunidad de dar una mano, siempre
hay ocasión para la solidaridad, siempre hay mucho por hacer y por participar.
Así
podríamos continuar ampliando nuestros campos de vida para descubrir lo mucho
que tenemos para realizar en el intento de cumplir con nuestra esencia
misionera.
Quizás
usted esperaba pusiese un espacio para la predicación de la Palabra.
La
mejor predicación de la Palabra es aquella que se realiza desde el testimonio
de la propia vida.
Deberíamos
leer, con mucha frecuencia, la carta de Santiago para tomar plena conciencia de
lo esencial en nuestra impronta misionera de nuestra vida.
No
debemos predicar desde bonitas palabras sino desde los más puros valores
cristianos hechos vida y puestos al servicio de los demás y así comenzaremos a
cumplir nuestra responsabilidad misionera.
Padre
Martin Ponce de Leon S.D.B