Ofensas que no ofenden

P. Fernando Pascual

23-6-2017

 

Hay personas que, por motivos diversos, responden con cierta agresividad, incluso con un extraño deseo de herir a otros en algún punto vulnerable.

 

Los motivos de esas acciones pueden ser varios. A veces falta educación. Otras veces existe un cierto deseo de mostrarse superiores. No faltan casos en los que un hecho del pasado se convierte en excusa para vengarse sutilmente.

 

Al llegar una ofensa, de palabra o por escrito, fácilmente sentimos pena, o pensamos responder, como si a través de un contraataque fuese posible superar el daño recibido y pagar al otro con la misma moneda.

 

Otras veces, la ofensa “no ofende”, porque nos llega en un momento de fortaleza interior que nos hace estar por encima de la agresión. ¿Cuándo ocurre eso?

 

Si vivimos cerca de Dios y sentimos la alegría de Su amistad. Si estamos descentrados y más preocupados por hacer el bien que por responder al mal. Si deseamos ayudar a otros, también a quienes parecen ser nuestros enemigos. Entonces es muy fácil que una palabra hiriente no nos dañe.

 

Nuestro corazón estará cubierto con una coraza invisible que resistirá a los dardos más venenosos. Es cierto que no somos de piedra, y algunas palabras tienen una fuerza sorprendente. Pero también es cierto que con Dios a nuestro lado todo queda redimensionado, y las flechas no destruyen nuestra paz interior.

 

Por eso hay ofensas que no ofenden, porque quienes han acogido el mensaje de Cristo aprenden a confiar en el Padre, a vivir con la certeza del triunfo del bien sobre cualquier mal humano, a perdonar a quienes desean herir a otros, y a amar y hacer el bien a quienes nos persiguen y calumnian (cf. Lc 6,35; Rm 12,14).