DE
VISITA
Desde hacía un tiempo
esperaba aquel momento.
Había sido invitado:
“Cualquier día, cuando quieras”
Me había invitado: “¿Puede
ser hoy?”
Cuando quise darme cuenta
estaba esperando poder partir.
Cualquier imprevisto podía
surgir postergando aquella visita de charla y mate.
Alcanzaba un imprevisto de
cualquier tipo para deber postergar mi plan.
Entré con los ojos bien
abiertos para no perderme detalle de lo que habría de encontrar.
Entré casi en puntas de pie
para no ahuyentar la magia de aquel lugar.
Todo muy ordenado y lleno
de colores.
Todo muy pulcro pero
carente de afectación.
Todo muy cálido y colmado
de detalles.
No se necesitó de mucho
para que fuesen surgiendo las anécdotas y las risas.
No demoró mucho en que el
mate comenzó a circular.
El tiempo se olvidó de
avanzar entretenido entre tantos cuentos llenos de vida.
Por la ventana se
comenzaron a asomar algunas estrellas que, también, sonreían con las historias.
Cuando entendí debía
retirarme, dando por concluida la visita, sabía me llevaba un trozo de la magia
única de aquel lugar.
Sabía, también, dejaba unos
trozos de mi historia hechos anécdotas.
Concretamente no sé si
estuve poco rato o abusé de la hospitalidad del lugar.
Sabía, a ciencia cierta,
que había disfrutado de aquel momento.
Lo había disfrutado
muchísimo y, sin nombrar nada de ello, muchos de mis cansancios quedaban
recostados en el sillón.
Lo había disfrutado
muchísimo y sabía había encontrado una persona con más disponibilidad a
escuchar que a hablar.
Lo había disfrutado
muchísimo y sabía algún día volvería para conversar un poco más.
Dios suele hacernos el
regalo de esas personas que son un reposo y un aliciente.
Dios suele obsequiarnos
esas personas que, con su capacidad de escucha, nos permiten dejar aflorar esas
cosas nuestras que están depositadas en nuestro interior.
Son seres que no necesitan
de grandes palabras para hacernos saber nos respeta y acepta.
Son seres que no buscan
poses o cumplidos y nos hacen saber muy cómodos.
Son seres que nos hacen
saber que no estamos solos ya que el tiempo y las estrellas se detienen a
escucharnos.
Son de esos mimos que Dios
suele realizarnos para comprometernos y entusiasmarnos en lo realizado.
No nos los hace para que
nos quedemos de brazos cruzados sino para que nos comprometamos un algo más en
eso de estar cerca de los demás.
Nos lo hace para que
aprendamos a aceptar y respetar a los demás tal cual son.
Nos lo hace para que
sepamos es posible ser más buena gente.
Las cosas de Dios son
asombrosas.
De una situación muy
compleja nos lleva a una realidad donde la sonrisa brota a flor de piel.
Sería ridículo pretender
justificar o explicar los caminos de Dios.
Frente a ellos solamente
cabe la gratitud y el disfrute.
Sin pretender invadir u
ocupando espacios que no me corresponden sé que habré de volver.
Volveré a ocupar el sillón
con almohadones de colores y disfrutaré los colores y la sonrisa con que allí
me habré de encontrar.
Un mimo de Dios no puede,
sin abusos, dejarlo pasar.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB