A las raíces de las prisas
P. Fernando Pascual
2-7-2017
Las prisas dañan. Arrastran a
tomar decisiones imprudentes. Fuerzan a hacer rápido y mal lo que merece
atención. Provocan olvidos, errores, desorden.
Hay que ir a las raíces de las
prisas. ¿Por qué hacemos algo de modo apresurado?
Una respuesta espontánea lleva
a decir: porque tenemos poco tiempo. Lo cual vale para muchos casos, pero no
para otros.
En ocasiones actuamos con
prisas cuando tenemos un deseo muy grande de hacer algo que consideramos importante
o interesante, y queremos terminar cuanto antes lo que nos parece poco
atrayente.
Por ejemplo, si uno tiene un
deseo de responder a sus amigos en una red social, apretará el paso a la hora
de preparar la comida, o limpiar los platos, o poner orden en sus papeles.
Considera, así, que esas
actividades sencillas, a veces inevitables, quitan tiempo para lo que realmente
uno lleva en el corazón.
En otras ocasiones, las prisas
surgen porque la agenda ha quedado tan llena de compromisos y proyectos, que
para acometerlos hay que sacar tiempo de cualquier sitio, a costa de perder
calidad en nuestras acciones.
Por eso, al constatar prisas
que nos agobian y que llevan con frecuencia a resultados mediocres o a daños
por falta de cuidado, hace falta establecer una buena jerarquía y acoger aquel
famoso consejo de los antiguos: “festina lente” (apresúrate despacio).
La vida resulta más llevadera
y más hermosa cuando aprendemos a dejar de lado lo que es prescindible y cuando
dedicamos atención y tiempo a las cosas que valen.
Así tendremos menos prisas y
más espacios para la reflexión, la escucha, el servicio. También para saber
pasar el tiempo, cariñosamente, con tantas personas que nos aman y que esperan
y necesitan nuestro amor.