MIRADO

 

Un trozo de la dinámica era hacer un repaso de esa última mirada que se posó en nosotros.

Se nos invitaba a no teorizar sobre tal hecho sino a ser bien concretos.

Tan concretos que se nos invitaba a quedarnos en la mirada de una única persona.

No me costó mucho centrarme en una mirada.

Sin duda que no podía ubicar un momento bien concreto o específico.

Con certeza no podía especificar el momento de su mirada.

Con certeza no podía determinar el momento concreto de mi mirarle.

Sin duda que, su mirarme, fue en un momento muy particular de su vida.

Fue un momento donde sus ojos se llenaban de humedad y su mirada se colmada de sensación de pérdida.

Sus muchos años en soledad se acrecentaban con la sensación de pérdida.

Recostada en un hombro ajeno no podía ocultar su estar destrozada interiormente.

Me miró con su cara triste y me preguntó: “¿Por qué?”

Apoyé mi frente sobre la suya y le dije: “Es la vida”

Sabía que mi respuesta no respondía a su pregunta puesto que la misma no poseía ninguna respuesta concreta.

Sabía mi respuesta era la más honesta que podía brindarle.

Desde ese momento, en diversas circunstancias, hemos podido intercambiar momentos.

Momentos de charlas profundas y momentos de cuentos e historias.

Momentos que no han hecho otra cosa que permitirnos descubrirnos el uno al otro.

Cada uno con sus historias cargadas de originalidades.

Cada uno con sus historias plenas de momentos interesantes.

Cuando Jesús nos mira desde otra persona es para encontrarnos con nosotros mismos.

Cuando Jesús nos mira desde otra persona es para ayudarnos a ser mejores.

Jesús no se vale de personas más o mejores que nosotros.

Se vale de un ser humano tan humano como lo somos y con tantas limitaciones como las que podemos encontrar en nosotros mismos.

Nos mira y nos ayuda a ponernos en segundo lugar.

Nos mira y hace que dejemos, al otro ser, entrar en nuestra vida.

Nos mira y hace que en nuestra vida brille el sol.

Nos mira y nada nos resulta igual a un tiempo antes.

Nos mira y, parecería, como que esa mirada se instala en nuestro interior.

Esa persona se nos vuelve tremendamente importante y todo lo suyo nos importa.

Nos importan sus palabras, sus gestos o sus sonrisas.

Nos importa el revolotear de sus manos realizando un cuento o el brillo de sus ojos escuchando una historia.

Su mirada es un trozo de su ser que se adentra en nosotros para que lo nuestro se sepa acompañado y aceptado.

Su mirada es un trozo de su ser que, delicadamente, va poniendo colores nuevos a nuestra vida.

Cuando Jesús nos mira desde alguien lo hace pidiéndonos un compromiso de aceptación, respeto y responsabilidad.

Su mirada jamás nos deja indiferentes.

Su mirada no es una cuestión de casualidad o del momento.

Nos mira y nos involucra.

Nos mira y nos pide sepamos verlo para amarlo un algo más.

 

Padre Martín Ponce de León SDB