CADA DÍA SU AFÁN Diario de León
ALGUNOS DESAFÍOS DEL MUNDO ACTUAL
Con mucha frecuencia, todos nos
preguntamos en qué mundo estamos viviendo. Estamos muy acostumbrados a exigir
un análisis detallado de la realidad sobre la que pretendemos actuar. Pero esos
análisis a veces nos quedan muy lejanos o demasiado específicos.
En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, el Papa
Francisco no pretende hacer un amplio estudio sociológico sobre el panorama del
mundo contemporáneo. Sin embargo, ha tratado de tender una mirada a esta
realidad en la que nos encontramos y que nosotros mismos configuramos de alguna
manera.
En el capítulo segundo, titulado “En la crisis
del compromiso comunitario”, nos invita a dirigir una mirada al contexto en el
que nos movemos. Y, al mismo tiempo, trata de esbozar un discernimiento evangélico sobre los signos que encontramos en el
ambiente.
El documento papal no quiere ser
catastrofista. De hecho, observando el actual momento de la sociedad, señala
algunos aspectos positivos que se pueden encontrar, por ejemplo, en los ámbitos
de la salud, de la educación y de la comunicación social.
Pero también recuerda un dato
especialmente dramático: “la mayoría de hombres y mujeres de nuestro tiempo
vive precariamente el día a día, con funestas consecuencias” (EG 52).
Entre esas consecuencias,
enumera el Papa al menos seis fenómenos que todos nosotros podemos constatar en
nuestra sociedad: el miedo y la desesperación, la pérdida de la alegría, el
aumento de la violencia y la inequidad y el tener que vivir con poca dignidad.
Una consideración de ese panorama
debería suscitar en los evangelizadores no sólo una compasión personal sino
también la decisión de colaborar en lo posible con todos los agentes
económicos, políticos y sociales para
promover el cambio de las estructuras injustas.
Sin duda son muchas las causas que han desencadenado esas
lamentables consecuencias. Entre esas causas menciona el Papa los enormes saltos
producidos por el desarrollo científico y por las innovaciones tecnológicas,
con sus rápidas aplicaciones en los campos de la naturaleza ambiental y de la
vida humana.
Como sabemos, la fe cristiana no
pretende ni puede condenar a priori el desarrollo científico y técnico. Es
evidente que las innovaciones tecnológicas pueden contribuir a humanizar las
condiciones de vida de las personas y de los pueblos.
Así que, tenemos que apreciar
positivamente ese desarrollo. Pero, al mismo tiempo, hemos de examinar los
efectos negativos que haya producido su aplicación concreta y tratar de
evitarlos en el futuro.
La Iglesia entera y cada uno de nosotros,
estamos llamados a observar cuidadosamente los signos de los tiempos. Como dice
el papa Francisco, “es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del
Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios” (EG 51).
José-Román
Flecha Andrés