CADA DÍA SU AFÁN Diario de León
SANT-YAGO
Le habían puesto el nombre de Jacob, que evocaba en su pueblo
la peripecia humana y la experiencia religiosa del antiguo patriarca. Ese
nombre ha pasado a las lenguas modernas con formas muy diversas. El antiguo
Yago castellano ha ido acompañado casi siempre por el título que lo hace
venerable: Sant-Yago. Santiago el Mayor.
De él se nos transmiten pocos datos: la tarde aquella de la llamada
inicial, algunos momentos especiales en que su cercanía al Maestro parecía
imprescindible, el día en que quiso asegurar su suerte y su futuro y, por
último, la escueta noticia de su muerte.
A orillas del lago, Jesús llamó a Juan y Jacobo. Y “ellos,
dejando a su Padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él”. Más
tarde los eligió para el grupo de los Doce. solía
apodarlos como Boanerges, es decir, “hijos del
trueno”. ¿Pretendía alabar así su intrepidez o bromeaba sobre su carácter demasiado
impetuoso?
Acompañaban a Jesús el día que curó a la suegra de Pedro y el
día que resucitó a la hija de Jairo. Junto a él estaban cuando se transfiguró
en lo alto del monte y cuando aquella aldea samaritana le negó acogida y
hospedaje y ellos hubieran deseado prenderle fuego. Con Jesús miraban el templo
desde la ladera del Monte de los Olivos y le preguntaban cuándo llegaría el
final de aquella maravilla. Y cerca de Jesús, allá en Getsemaní, estaban
también Santiago y Juan, aunque incapaces de acompañar en vela a su Maestro.
Siguiendo a Jesús, Jacobo el de Zebedeo aprendió que había
que dejar atrás muchas seguridades e ilusiones. Pero no había aprendido lo más elemental cuando se acercó con su
hermano Juan con una petición que revelaba su ambición: “Concédenos que nos
sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.
Fue extraña la respuesta que recibieron de Jesús. Anunciaba
él que habían de apurar el amargo trago del dolor. Y, al mismo tiempo, les
preguntaba si estaban dispuestos a acompañarlo en ese trance difícil. Con la
espontaneidad de siempre, le prometieron su fidelidad y cercanía.
Santiago tuvo la ocasión de cumplir su palabra. De hecho, él sería el primero de los
apóstoles del Señor a la hora de beber
aquel cáliz al que se había referido Jesús. Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, “el rey Herodes echó mano a algunos de la
Iglesia para maltratarlos. Hizo matar por la espada a Santiago, el hermano de
Juan”.
Jacobo o Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, amigo
predilecto de Jesús, es para los cristianos una parábola viviente de la
vocación al discipulado y de un seguimiento siempre difícil, pero siempre
gozoso. La respuesta a la llamada, la
fidelidad en la amistad, el generoso aprendizaje del seguimiento hasta la
muerte forman la tríada de las grandes condiciones del discipulado cristiano.
José-Román
Flecha Andrés