LA LIBÉLULA
Como
todos los días suelo sentarme en uno de los bancos de hormigón que se
encuentran en el fondo de la parroquia.
Suelo
sentarme, siempre en el mismo lugar.
Son
esas cuestiones de rutinas que podemos darnos el lujo las personas de edad.
Hoy
me visitó una libélula.
Daba
vueltas alrededor de mí.
Podía
ver su esbelta delgadez.
Podía
ver el brillo de sus alas transparentes.
Podía
ver sus patas largas y delgadas.
Al
comienzo llamó mi atención su presencia tan cercana a donde me encontraba.
En
un determinado momento se posó sobre mi hombro.
Intentaba
no moverme mucho para no asustarle.
Ella
estaba muy quieta y confiada.
Allí
asumí que me estaba visitando.
Alzó
vuelo y volvió a posarse en un lugar de mi buzo donde podía contemplarle mejor.
Parecía
que se visita era para que la conociese un algo más.
Para
que pudiese distinguirla de todas las demás que se encontraban dando vueltas
por el aire del patio.
¿Qué
hace posada en mí?
Podía
contemplar su delicadeza y saber no era fragilidad.
Podía
observar su cuerpo esbelto y tener la certeza que estaba curtida en cien
tormentas.
¿Qué
busca en mí?
Sus
alas transparentes necesitaban de un descanso.
No
quería su presencia fuese fugaz en mí pero sabía era un descanso en su vida
destinada a otros muchos vuelos.
¿Qué
me está diciendo?
Siempre
necesitamos un hombro donde refugiarnos.
Siempre
esperamos encontrar otro alguien donde reponer nuestras fuerzas cansadas.
Nadie
es tan frágil como para no poder enfrentar su destino.
Nadie
es tan débil como para no enfrentar lo que ha de venir pero mucho bien nos hace
encontrar un espacio donde reponer fortalezas.
Me
mantenía muy quieto mirándole. No deseaba se volase atemorizada.
Me
sentía orgulloso me hubiese elegido como lugar donde reponerse.
No
podía ayudarle. No sabría cómo hacerlo.
Solamente
le podía ofrecer mi hombro y el espacio del ante brazo donde ahora se
encontraba.
Ella
me había elegido y ello me hacía mucho bien.
Me
sentía muy bien pudiéndola observar tan cercana a mí.
Las
cosas de Dios siempre son inexplicables en su totalidad.
Las
cosas de Dios son para que las disfrutemos y aprendamos.
Las
cosas de Dios son realidades de las que no podemos adueñarnos.
Veo
sus patas largas y finas que se pasan por sobre sus ojos grandes.
Podría
decir que está acomodando su cabello revuelto por algún viento pero ello sería
una ridiculez.
Miro
sus patas largas y me digo que me está invitando a ver su lección.
¿Alguna
vez he sido hombro de reposo para alguien?
¿Alguna
vez he experimentado la necesidad de recobrar fuerzas? ¿Cómo he actuado en esa
oportunidad?
¿He
sabido ver en aquella delgadez trozos de firmeza para enfrentar la realidad?
Gracias,
Dios, por el regalo de la libélula.
Padre Martin Ponce de León
SDB