MIS
ESTUPIDECES
Hace más de un año, noche a
noche, se llega hasta la parroquia.
Llega unas veces y en otras
lo hacen llegar.
Al final de su jornada su
estado depende de lo que ha podido recaudar.
“Hoy me engaté” quiere
decir que no recaudó mucho.
En la esquina donde se
ubica ha habido poco movimiento y ha hecho unas pocas monedas.
Ese día llega lúcido y en
estado normal.
“Hoy hice unas monedas” algo
pudo recaudar y, por lo tanto, algo pudo tomar.
Llega con unos vinos pero
ello es normal para él.
Hay días en que logra hacer
unos cuantos pesos y llega en estado deplorable.
Son esos días donde afloran
todas sus “estupideces”
Al día siguiente dirá “No
sé cómo aguantas todas mis estupideces”
Sus “estupideces” son
insoportables pero uno ya sabe son parte de su realidad.
“¿Por qué me desprecias?”
puede llegar a preguntarlo una y muchas más veces.
“¿Estás enojado conmigo?”
es otra de sus preguntas reiteradas.
Cuando está muy tomado es
muy fácil saberlo.
Hace sonar el timbre de la
puerta de modo interminable.
Le abro la puerta y
pregunta “¿Puedo pasar?”
Por más que se le diga que
pase queda quieto como tomando impulso para recuperar una imposible vertical y
entrar.
Se detiene ante cualquier objeto y realiza algún
comentario. Los objetos son siempre los mismos pero, parecería, los ve por
primera vez.
Pierde el equilibrio y se
detiene, con suerte diversa, sobre las paredes.
El trayecto, de casi media
cuadra, que debe realizar hasta llegar al lugar donde pernocta le insume mucho
tiempo debido a sus prolongadas detenciones.
Se queja de algo, protesta
con alguien ausente, pierde el impulso.
A la mañana siguiente no
recuerda lo hecho ni el estado en el que llegó.
“No sé cómo aguantás mis estupideces. Un día te vas a cansar y me vas a
echar a la mi….”
Todos tenemos, como él,
nuestras “estupideces”.
Quizás las nuestras no sean
resultado de una buena ingesta de vino.
Quizás las nuestras sean
producto de nuestra forma de ser o de nuestras costumbres.
Siempre tenemos esas
“estupideces” que disimulamos o no tenemos
prurito en poner de manifiesto.
No son realidades para
“aguantar” sino para aceptar.
Son parte de lo que somos
y, por lo tanto, son realidades que se deben respetar por más que uno no las
comparta.
Cuando alguien acepta a
alguien lo hace con todo lo que el otro es.
No podemos aceptar de
alguien únicamente lo grato. Aceptamos al otro tal cual es.
Quizás podamos decirnos que
no compartimos determinadas conductas o actitudes pero no por ello dejamos de
aceptarlas en la otra persona.
Cada uno cargamos con una
historia que nos va determinando.
Cada uno vamos, con el paso
de la vida, asumiendo esas nuestras realidades y las intentamos superar o perjudicamos
a los demás con la puesta en acto de ellas.
Aceptar no quiere decir
intentar cambiar.
Respetar no implica estar
de acuerdo con todo el actuar del otro.
Podemos ser muy buenas
personas pero ello no implica estemos ausentes de alguna “estupidez” que los
demás deban tolerar.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB