Valoraciones con sentido común
P. Fernando Pascual
12-8-2017
Con frecuencia escuchamos
valoraciones como estas: "estamos en un cambio de época". "Son
procesos irreversibles: no hay marcha atrás". "Hemos dado un completo
giro a la historia". "Tras tantos años de crisis empieza una larga
era de progreso". "El mundo ha escogido una decadencia
irremediable".
Este tipo de valoraciones
pueden ser positivas o negativas, restringidas a un lugar o con una mirada que
abarca casi todo el mundo, pero tienen una característica común: formulan un
juicio considerado definitivo e inmodificable sobre lo que ocurre y sobre sus
consecuencias.
En realidad, la historia
humana está llena de giros. Ante los mismos, una actitud prudente,
caracterizada por el sentido común, permite adoptar una perspectiva más serena,
en la que se busca conocer mejor los hechos y esperar a que pase el tiempo para
ver las consecuencias.
Además, esa actitud prudente
se construye sobre una certeza muy sabia: no existen cambios irreversibles. Es
decir, una opción tomada para caminar hacia un lado puede siempre ser
modificada, quizá en poco tiempo, quizá después de algunos años, por esta
generación o por las siguientes.
Porque una de las
características de la historia humana consiste precisamente en la apertura al
cambio. Lo que hoy parece una ley y un sistema triunfante y
"definitivo", mañana se desmorona y permite pequeños (o grandes)
"pasos hacia atrás".
Frente a apreciaciones
triunfalistas y exageradas, que presentan novedades como algo definitivo, basta
un poco de sentido común para distanciarse, para observar los hechos, para ser
conscientes de lo imprevisible que es el ser humano a la hora de tomar
decisiones.
Así será posible evitar
valoraciones que rayan en el ridículo y que buscan establecer líneas donde no
habría "marcha atrás", cuando lo que caracteriza nuestra existencia
humana consiste precisamente en la apertura continua a novedades y cambios
continuos (hacia lo mejor o hacia lo peor).
Al mismo tiempo, hace falta
reconocer que la historia no está totalmente en las manos de los hombres, sino
que siempre queda un espacio inmenso y desconocido para que Dios, respetando
nuestras libertades, permita giros y transformaciones que ningún analista había
podido intuir, pero que eran plenamente posibles en el horizonte de la
indeterminación humana.