DESPERTANDO TERNURA
Muy
bien no sé explicar el cómo llegué hasta aquella casa.
En
algunas oportunidades había recibido alguna llamada suya para algo.
En
ocasiones para hacernos un obsequio, alguna vez para escucharle.
Ella
no es de la parroquia ni vive dentro del territorio parroquial.
En
una oportunidad me informaron no estaba bien de salud.
Fui
a visitarle y, desde entonces, le llevo la comunión en todas las oportunidades
que me es posible realizar tal cosa.
Sé
que está esperando el poder recibir a Jesús y ello hace que intente visitarle
siempre que puedo.
Desde
hace un tiempo las visitas ocupan más tiempo debido a que intento acompañarle
en su notoria soledad.
Sus
muchos años le impiden el poder salir y distraerse.
Su
notoria dificultad de audición no le permite algunos elementos de distracción.
Sus
dificultades visuales no le ayudan a
refugiarse en la lectura.
La
mayor parte del día lo pasa en una soledad que se hace tan notoria que
dolorosa.
Cada
vez que le llevo la comunión trato de entretenerla con algunos cuentos o bromas
sobre ella.
Ella
abre sus ojos claros y se ríe.
Me
mira muy seria y escucha con atención para, luego, estallar en sonrisas.
Se
ve que en varias oportunidades hablé de ella.
Esto
hizo que una persona muy cercana a mí me solicitase quererla conocer.
Fuimos
una tarde, yo a llevarle la comunión y ella a conocerla.
Luego
de un momento de charla ella recibió la comunión con la alegría de siempre.
En
un determinado momento miro a la persona que me acompañaba y me llamaron la
atención la inclinación de su rostro y el brillo de sus ojos.
Con
inmensa ternura observaba a aquella mujer.
Había
estado hablando y sonriendo con ella hacía unos instantes y, ahora, dejaba que
su situación y su persona se adentrasen por su mirada.
Me
limité a disfrutar aquel momento.
Sabía
que aquella persona ya no sería el nombre de algún relato sino una persona más
en su vida y tal cosa me agradaba.
Es
que su porte y su delgadez le hacen frágil.
Es
que su hablar suave y sus movimientos delicados le hace dulce.
Es
que su mirada profunda y su sonrisa le hacen delicada.
Todo
su ser transmite ternura y recibía el regalo de una ternura similar.
En
medio de aquella casa casi invadida por las sombras su persona junto a la
estufa se hace inmensa y atrapante.
No
tiene poses ni posturas afectadas. Todo en ella es espontaneidad y sencilla
naturalidad.
Sin
duda debe de haber tenido una personalidad fuerte que, ahora, cargada de años
trasformó en ternura.
Nos
retiramos con los saludos de siempre. Ella con el rostro sonriente de siempre.
Nos
acompañó hasta la puerta y desde allí nos observaba.
“Cuida
mucho al Padre” le dijo a la persona que me acompañaba.
Hasta
que nos retiramos se quedó en la puerta saludándonos.
No
podía, en mi interior, dejar de experimentar un inmenso gozo ante el hecho de
haber podido contemplar tanta ternura de ambas partes.
¡Qué
gratificante resulta poder encontrar a alguien despertador de tanta ternura!
¡Qué
gratificante es poder encontrar a alguien que, en este hoy, es capaz de obsequiar y recibir tanta ternura!
Padre Martín Ponce de
León S.D.B.