Defensores del diálogo antidialogante
P. Fernando Pascual
2-9-2017
Ese es uno de los grandes
misterios de la existencia humana. Somos capaces de tomar entre nuestras manos
un metal maleable y construir, con el mismo, una espada que sirve para asesinar
a un inocente o para defender a los pobres.
Con tantos escritos y
discursos sobre el diálogo ocurre algo parecido. Con el deseo de promover el
diálogo, algunos lanzan anatemas contra otros, acusados de ser enemigos del
diálogo, sin darse cuenta de la contradicción en la que incurren. Se convierten
en defensores del diálogo antidialogante.
Porque decir, por ejemplo, que
quien no cree en el diálogo merece ser excluido de la vida pública o de la
Iglesia, ¿no es un modo de usar el diálogo como arma para excluir a los que
piensan de otra manera?
El mundo está lleno de
opiniones diferentes. Al defender unas u otras ideas, hay quien lo hace con más
pasión o con más calma. Eso es parte de la vida. Pero mientras no se recurra a
la violencia gratuita, podemos construir puentes dialogantes.
En cambio, si en nombre del
diálogo se tacha de fundamentalistas o de fanáticos o de enemigos del debate a
quienes tienen convicciones claras y hablan con firmeza, ¿no se promueve una
actitud intolerante con la excusa de defender la tolerancia? ¿No se llega a
defender un diálogo antidialogante?
Es cierto que muchos desean en
los demás actitudes más abiertas o modos de hablar que parezcan menos
radicales. Pero mientras no se recurra a actos injustos, hay muchos modos de
defender las propias ideas que son plenamente legítimos, y que, aunque no
gusten, pueden ser acogidos en un debate bien llevado.
Es contradictorio decir que
uno está a favor del diálogo mientras lanza anatemas y maldiciones contra los
que piensan de otra manera. Solo llegamos a una sana defensa del diálogo cuando
sabemos escuchar a quienes tienen otros puntos de vista, en una actitud de
empatía y de apertura que genera buenos debates y que permite, incluso,
corregir errores para avanzar, juntos, hacia la verdad.