COLOMBIA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Pese a no disponer del tiempo
conveniente, debía, por honradez, seguir el viaje del Papa por TV. Ver imágenes
del país, sería suficiente. Doy cuenta del porqué.
El 2 de febrero de 1956 a
las 10h, en la plaza mayor de Vic, saludé a un sacerdote. Saludar, práctica muy
bíblica, nunca lo omitíamos por aquel entonces. La temperatura era de -20ºC.
Nunca en mi vida he experimentado tal frío. El sacerdote era colombiano,
hablamos, compartimos, de aquel encuentro surgió la invitación ¿y si vinieses a
Bogotá? Vi los planos de un recinto dedicado a juventud y un espacio reservado
para mí. Soñé. Pero era diácono y precisaba permiso episcopal, que no se me
concedió. De alguna manera, me siento en deuda con Colombia.
Un amigo de juventud, profesó
capuchino y marcho a Colombia, a tierras amazónicas. Vino alguna vez y nos
contaba sus actividades apostólicas. Siempre sentí envidia.
Hará unos cincuenta años. Se
habló mucho por aquel entonces, de Camilo Torres. Era un sacerdote colombiano
doctorado en Lovaina, vivía su vocación con gran entrega. Pero su conciencia
cristiana, según confesó, le llevó a abandonar el ministerio, sin solicitar
dispensa de celibato, a dejar de celebrar la Eucaristía que tanto amaba, para
tratar de conseguir una situación en la que con justicia y honradez se pudiese
celebrar en su Colombia querida. Se incorporó a la guerrilla en el FNL, al cabo
de poco sucumbió. No fue el único cura guerrillero, sí el más notable. Su
proceder puede no gustarnos y juzgarlo erróneo, pero creo que nadie dudó de su
honestidad personal. Me regalaron y leí sus escritos. Pensaba yo, al ver el
encuentro de Villavicencio, encuentro de testimonio, veracidad,
arrepentimiento, perdón, paz y gracia ¿Cómo se sentirá en el Cielo Camilo
ahora? (sé que en la Eternidad no existe visión física y temporal, pero debo
reflexionar de acuerdo a mis parámetros y expresarme así también).
Pese a mirar la pantalla, no
podía dejar de tener presente nuestra situación y tratar de aprender de lo que
estaba contemplando. El Papa ha ido a bendecir la paz. A santificar la paz. A
definir, sin hacerlo “ex cátedra”, que la paz es la situación querida por Dios
para el hombre. Estaba el Obispo de Roma santificando la paz, oficialmente
lograda, pero no conseguida en la interioridad de la totalidad de los
colombianos. Buena prueba de ello son los epítetos, ciertamente no elogiosos,
los soeces insultos que le dirigen tantos por Internet. Sus reflexiones no han
sido definiciones teológicas, sino consejos y oraciones.
Entre nosotros se han
sembrado incautamente antipatía. Imprudentemente, se ha abonado con egoísmos.
Se riega con quiméricas promesas y han germinado odios. El odio que crece sin
tino, se torna violencia. Dios nos libre que madure ella en terrorismo.
¿Hay que cortar por lo sano? No
olvidemos la parábola de la cizaña. Buena y nueva semilla precisa sembrarse,
que siempre el bien contiene mayor vigor que el mal. La oración será eficaz
herbicida, la bondad garantía de robustez, la amistad clima excelente. ¿Hay que
tener miedo? Hay que ser cristianamente responsable. No olvidando que seremos
examinados de Amor.