Problemas acumulados
P. Fernando Pascual
1-10-2017
En ocasiones, los problemas y
las tensiones se acumulan como una intensa tormenta de verano.
Varios meses sin lluvia.
Temperaturas que aumentan. Empieza a faltar el agua. Cortes de luz. La noche invadida
por mosquitos. Problemas en el trabajo. Discusiones en familia.
Parece que hay un asalto
coordinado de contratiempos y dificultades. No acabamos de resolver una avería
cuando llega una llamada alarmante del banco...
En esos momentos la vida refleja
su fragilidad. Se rompe esa modorra que nos envuelve cuando todo sale como
deseamos. Hay que armarse de paciencia y fortaleza.
Vivir situaciones así puede
llevar al cansancio, a la desesperación, al derrotismo. ¿Qué hacer ante tantas
dificultades? Además, muchas de ellas no dependen de nosotros: por más que
soplemos no llega una deseada nube refrescante.
Pero también podemos sacar
fuerzas de flaqueza y afrontar asunto por asunto. Además, todavía quedan
algunas monedas en casa, y no faltan amigos dispuestos a darnos una mano.
Los problemas acumulados
permiten, por lo tanto, reconocer lo frágil que es nuestro mundo. Aunque
tengamos un buen seguro médico no tenemos garantía alguna de estabilidad sobre
la tierra.
Luego, hay que abrir los ojos
y el corazón para pedir a Dios luz y fuerzas. Luz para darle un sentido a los
hechos adversos. Fuerzas para hacer aquel poco (o mucho) bien que todavía está
en nuestras manos.
Tarde o temprano los problemas
empezarán a diluirse. Si es que no nos llevarán a ese momento misterioso del
adiós definitivo...
Sí: el adiós de la muerte deja
atrás los problemas. Pero, sobre todo, nos pone delante de un Dios que ofrece
misericordia a los humildes, a los generosos, a los que se han olvidado de sí
mismos para ayudar a los hermanos más necesitados...