Para entender el pecado
P. Fernando Pascual
7-10-2017
No se puede entender qué es el
pecado si no se entiende antes la relación profunda que existe entre Dios y los
hombres.
Porque la idea de pecado se
construye sobre varios pilares. Uno es la existencia de un Dios que tiene un
designio de amor para los seres humanos.
Otro es la libertad del
hombre, que puede escoger entre el bien y el mal, que puede dar un sí a Dios y
a los demás, o un sí al egoísmo y a la avaricia.
En los corazones y en las
sociedades donde se piensa o se vive como si Dios no existiese, es imposible
pensar en el pecado, por más que sea una realidad.
Como tampoco se puede entender
el pecado si uno supone que no hay libertad, que somos esclavos del instinto o
de las presiones sociales.
A pesar de tantos obstáculos
ideológicos para aceptar que existe el pecado, muchos sentimos descontento
cuando obramos el mal.
Porque percibimos una voz
interior que nos acusa cuando hemos mentido a un amigo, cuando robamos un
aparato "pequeño", cuando preferimos quedarnos en cama en vez de
ayudar en casa.
Esa voz no se explica
simplemente como una estructura molesta y anacrónica, sino que surge desde el
deseo de bien, de verdad, de justicia, que son parte de nuestra humanidad.
Ese deseo se funda y justifica
plenamente solo si aceptamos que la ética no es una invención humana, sino que
depende radicalmente de un Dios que nos ha creado por amor y para amar.
Para entender el pecado
necesitamos, por lo tanto, abrir los ojos interiores para descubrir que somos
importantes para Dios y para asumir, responsablemente, ese gran don de la
libertad.
Esa libertad nos construye
cada día: cuando escogemos el mal, que nos daña, o el bien, que engrandece
precisamente porque significa optar por el amor.