¿Queremos comprar el Cielo?
José
Martínez Colín
1) Para saber
Como dice el
refrán: “A caballo regalado no se le mira el colmillo”, mucho menos tratándose
de un regalo maravilloso. Cabría entonces preguntarse por qué algunos no
aceptan el regalo de la salvación.
Hay una parábola de
Jesús sobre un hombre que invita a una gran cena gratis, pero uno a uno los
invitados se niegan a asistir poniendo excusas. Cada uno reduce su felicidad a
un aspecto muy limitado de la realidad. Por ejemplo, aquí en la tierra todo se
termina: unas vacaciones en un lugar preferido, tienen que acabar.
El Papa Francisco
comentó: quienes rechazan la invitación se han encerrado en sí mismos y no
logran comprender el amor gratuito de Dios, y “si no se entiende la gratuidad
de la invitación de Dios, no se entiende nada”. Dios nos ofrece una felicidad
eterna.
Parece que el
hombre pretende tener la llave de su felicidad absoluta, pero se engaña, la
llave de la verdadera y eterna felicidad solo la tiene Cristo, quien la ganó
con su sacrificio y nos la ofrece de manera gratuita.
2) Para pensar
Se cuenta que un
hombre murió y se encontró en las puertas del Cielo con San Pedro. El hombre
preguntó: “¿Qué se necesita para entrar?”. San Pedro respondió: “Se requieren
al menos cien mil puntos. ¿Qué traes?”. El hombre optimista le dice: “Bueno, si
tomamos en cuenta que fui buen esposo y padre, también estudié y trabajé mucho,
¿cuántos puntos me dan?” San Pedro toma su calculadora, hace la cuenta, y le
responde: “Eso te dan mil quinientos puntos”. El hombre sorprendido: “¿Tan
pocos? Bueno, y ¿si sumamos que no engañé a mi esposa, no robe ni me drogué, y
siempre pagué mis impuestos?” Volviendo a sumar le responde San Pedro: “Eso te
da un total de dos mil puntos”. El hombre, cada vez más nervioso, le dice:
“Recuerdo que di limosnas y ayudé en una labor social...” San Pedro le
comunica: “Sí, todo ello te dan dos mil quinientos puntos, y eso que no te
quito puntos de tus pecados, pero para llegar a cien mil…” El hombre casi al
borde del pánico y, sin recordar algo más, exclama: “Me rindo, eso es todo, me abandono
a la misericordia de Dios”. “Excelente, ¡estás adentro!”, dice San Pedro y le
abre la puerta: “¡Bienvenido a casa!”
Sin dejar de ser
ficticio, sí muestra que la vida eterna, el Cielo, se lo debemos totalmente a
la misericordia de Dios. No significa que de nada valieron las buenas obras,
más bien es gracias a ellas por las que nos disponemos a recibir la
misericordia de Dios.
3) Para vivir
Hay el peligro de
que nuestro trato con Dios se vuelva “comercial”, como decirle: “Yo pago y tú
me salvas”. En vez de ser una relación de amor, como la que ha de haber entre
un padre y su hijo.
El Papa Francisco
recordó cómo el hijo pródigo de la parábola se acercó sin ningún mérito y, sin
embargo, la misericordia de su Padre le perdona al verlo arrepentido. No por sus
méritos, sino porque lo ama. “La salvación no se compra, es gratuita, simplemente
se entra en el banquete”, advirtió el Papa.
Aquellos que no
quieren entrar en el banquete “se sienten seguros… salvados a su manera
fuera del banquete… Han perdido una cosa más grande y más hermosa: la
capacidad de sentirse amados… Pidamos al Señor que nos salve de perder la
capacidad de sentirnos amados”, concluyó el Papa.
José Martínez Colín es
sacerdote, Ingeniero (UNAM) y Doctor en Filosofía (Universidad de Navarra)