ADVIENTO Y NOSOTROS
Todos los años, llegado
este tiempo, se nos invita a esperar la esperanza.
No es, sin duda, una espera
pacífica sino que debe ser plena de tarea.
Una espera donde, día a
día, vamos descubriendo las razones de nuestra esperanza y la certeza de su
necesidad.
Esperamos, mirando por
sobre el tiempo, el advenimiento de nuestra esperanza.
Esperamos construyendo
trozos, pequeños trozos, de esa esperanza que será realidad.
Esperamos hundiendo
nuestras raíces en la fraternidad, la comunidad y el sentido común. El adviento debe ser la
convicción de que somos necesitados de poner más Cristo a nuestro hoy y para
ello debemos hacerlo más realidad en nuestras vidas.
El adviento debe ser la
progresiva toma de conciencia de que Navidad es una creciente necesidad en
nuestra historia personal y comunitaria.
Sin esa toma de conciencia el adviento carece de sentido. Sin esa toma de conciencia en adviento
es un tiempo más en nuestro tiempo.
Sin esa toma de conciencia
el adviento es uno de esos tiempos que la Iglesia nos invita a vivir sin que
diga mucho para nuestra vida cotidiana. Para
ello es que debemos involucrarnos con este tiempo e ir aprovechándolo para
crear un creciente clima.
El clima de fraternidad que
hoy vivimos en nuestra mesa compartida es producto de respetar y compartir.
Respetar y acercarnos. Respetar y estar disponibles.
El adviento necesita, para
crecer y ser realidad, el clima de la fraternidad.
Fraternidad no quiere decir
uniformidad ni unanimidad.
Fraternidad quiere decir
aceptación de nuestras diferencias.
Fraternidad implica respeto
por la originalidad del otro.
Fraternidad es unidad
dentro de las diferencias.
Creo que la primera y más
necesaria fraternidad que debemos lograr es con nosotros mismos.
Solemos ser desconocidos
dentro de un cuerpo conocido.
Solemos conocernos más por
fuera que por dentro.
Por ello es que solemos no
respetarnos o no aceptarnos debidamente.
Muchas son las veces que
con nuestras conductas no hacemos otra cosa que faltarnos al respeto.
Porque nos descubrimos
incoherentes pero sin hacer mucho para modificar tales incoherencias.
Porque nos negamos sin
intentar demostrarnos que podemos superarnos.
Porque nos ponemos en el
papel de víctimas y no de transformadores.
Porque tememos a todo eso
que nos puede complicar la vida cuando intentamos ser auténticos.
No debemos temer aceptarnos
tal como somos.
No podemos avergonzarnos de
nuestra realidad.
No podemos pretender ser
más rigurosos que Dios que hoy nos acepta y ama.
Sin pequeños detalles de
sentido común jamás puede darse la comunidad.
Cuando hablamos de
comunidad solemos hablar de muchos de sus ingredientes pero muy pocas veces
hablamos del sentido común.
Sin sentido común jamás hay
comunidad ya que la ausencia de este impide que todo lo demás sea posible.
Permitir que el sentido
común sea es lo que hace posible todas y cada una de las otras expresiones de
la vida comunitaria.
Una comunidad sin sentido
común de parte de todos sus integrantes es, a la larga, un algo carente de
sentido.
Una Navidad sin las
manifestaciones del amor hecho detalles reales es, a la larga, un algo carente
de sentido.
Un adviento sin la mirada
puesta en Cristo como señor de nuestra historia es, a la larga, un algo carente
de sentido.
Padre Martin Ponce de León
SDB