PROTOCOLO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Más que el
significado, lo que sabía de antiguo era la función del jefe de protocolo entre
la aristocracia. Las imágenes de mi memoria corresponderían, seguramente a
algún film. Un señor con uniforme de noble, acomodando a quienes asistían a un
acto oficial. O un clérigo que en la catedral, señalaba los lugares que en el
presbiterio o en el coro, debían ocupar asistentes insignes. Otro conocimiento,
este experimentado. En el Vaticano, con motivo de una canonización a la que
asistía, un “Camarero de Honor de Capa y Espada”, supongo que tal título
tendría quien en funciones de protocolo, me asignó un lugar. Me sentí en aquel
momento figura de película. El sitio era preferente, cercano al altar, pero un
objeto opaco me impedía casi por completo ver alguna ceremonia.
En clase de
Derecho Canónico, en el apartado de prerrogativas personales y orden de
preferencia, el profesor, con buen criterio, nos dijo que ya lo estudiaríamos
si un día lo precisábamos.
Un amigo,
ocupaba un alto cargo. Íbamos juntos un día y me advirtió que no me extrañara
de alguna intervención, llevábamos escolta de protección. Me sorprendió la
advertencia. No quedé ni tranquilo, ni más tranquilo. Algo incómodo sí. Al cabo
de un tiempo murió su esposa. Me desplacé al lugar del entierro, preparé mi
documentación personal, esperando que me someterían a investigación antes de
entrar, dada la categoría política y militar de algunos asistentes. Me detuve
al gesto de un señor que no ostentaba ni uniforme, ni insignia alguna. Me
saludó con corrección, se presentó: era jefe de protocolo. Me observó
detenidamente, suponía era el oficiante, me dijo, y me indicó donde debía
aparcar mi utilitario. Al cabo de un tiempo, le dije al marido viudo, que me
había extrañado que no hubiera habido vigilancia policial. ¿Cómo qué no? la
persona que se presentó como jefe protocolo, era un policía que sabía tu nombre
y en que coche vendrías. Una vez comprobada con discreción tu identidad, te
indicó el lugar correspondiente que tenías reservado.
Cuando mi PC
sufre alguna avería y hace de las suyas, lo llevo a un técnico amigo, que
somete el aparato a una serie de pruebas a mi parecer inútiles. El me advierte
que debe seguir un protocolo. Y para fastidio mío, siempre tiene razón. Empieza
comprobando la conservación del cable de enchufe y aprieta no sé cuántos
botones y, antes de comprobar circuitos de la placa base, ya ha descubierto la
avería. Hay que seguir siempre el protocolo, me vuelve a repetir.
Esta cuestión
la pensaba este domingo, acabado un encuentro litúrgico, con motivo de la
visita pastoral del obispo. La situación era maravillosa, pensaba yo que cielos
y tierra se alegraban de aquel minúsculo grupito. Nos encontrábamos al
completo. Una criatura que bautizaremos dentro de poco, otra fue bautizada hace
un mes. Un chico recientemente confirmado. Algunos recibimos el sacramento de
la penitencia, muchos comulgamos. Una señora hacía tiempo recibió la Santa
Unción, antes de someterse a una seria intervención quirúrgica. Estaban
presentes dos diáconos, uno de ellos casado, el otro camino del presbiterado.
Dos sacerdotes y el que presidía, evidentemente, obispo. Abundaban los
matrimonios, algunos con sus hijos. De acuerdo con el protocolo celestial,
estaba la comunidad cristiana, en su rango, completa.
La dimensión
misionera, indudablemente, no estaba presente. Gracias a Dios, muy unida
espiritualmente a nosotros, evangelizaba en tierras americanas y africanas.