El origen de las ideas
P. Fernando Pascual
9-12-2017
Vemos un coche. Parece grande
comparado con una bicicleta, y pequeño comparado con un autobús.
Vemos una persona de 60 años.
Parece robusta y sana comparada con un anciano de 90 años, y débil y enfermiza
frente a un joven de 20 años.
Se podrían añadir muchos otros
ejemplos, algunos sobre temas tan importantes como la belleza, la bondad o la
justicia.
Platón se preguntaba por el
origen de nociones como las anteriores. ¿Por qué decimos que algo es grande o
pequeño? ¿Por qué declaramos justo un acto e injusto otro?
Alguno dirá que no existe tal
problema, pues llegará un día en que todo quedará explicado por neuronas, o por
hormonas, o por leyes físicas y químicas que describirán el origen de cada idea.
Pero incluso si tal día
llegara (cosa que parece imposible), alguno recordará a los expertos que su
teoría llegaría a ser verdadera solo si algo fuera de la misma permitiera
juzgarla.
En la explicación platónica,
las ideas no pueden quedar reducidas a la suma de elementos materiales, o a
componentes que son parte del mundo físico sensible y medible.
Para Platón, las ideas se
fundamentan en un "mundo" (que llamaba mundo o lugar de las ideas)
que está más allá de lo sensible, de lo medible, de lo que está compuesto de
partes materiales.
Muchos negarán tal mundo, o
pensarán que las ideas no tienen ninguna validez. Paradójicamente, rechazar (o
aceptar) la validez de las ideas supone recurrir a una nueva idea, la de
validez o corrección...
Hace años un escritor decía,
con una ironía amable, que somos prisioneros de Platón, pues nos resulta
imposible hablar sobre cualquier tema sin recurrir a las ideas.
Quizá sería mejor decir que
somos seres con algo diferente a lo material, algo espiritual, que nos permite
hacer juicios sobre bienes, sobre verdades, sobre valores, y sobre tantas otras
dimensiones que superan en mucho lo que puede medirse con poderosos
instrumentos científicos.
Aceptar unas ideas metaempíricas implica reconocer que los seres humanos están
situados en un nivel de existencia cercano al de los espíritus puros (ángeles),
e incluso al de un Dios que existe más allá de cualquier límite y contingencia.
Lo cual se convierte en una
fuente de gran esperanza (algo también enseñado por Platón), esa esperanza que
da sentido completo a nuestra condición humana, ya durante esta vida y en la
vida que, esperamos, continuará más allá de la muerte.