Vegetales y Biblia: abeto

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

Cambié de tema respecto a los reportajes que hasta entonces había escrito y que se referían a lugares. Escogí lo que me ofrecía una colección de naipes titulada “Plants of the Bible” -playing cards- . Ya he advertido que alguna planta diseñada, o la cita bíblica que aparecía en la ilustración, no eran correctas. Pensaba dada la temporada en la que estamos, que sería oportuno referirme a vegetales relacionados con la Navidad cercana, aunque no nos lo ofreciera la baraja indicada y que es la que ha marcado las preferencias hasta ahora.

 

ASOCIADO A LA NAVIDAD

 

He escogido el abeto como el árbol más asociado a la Navidad. En la Biblia aparece una sola vez y, como en tantos otros casos, los autores no están seguros de que corresponda al que se escoge para adornar las mansiones familiares. Del que escribiré, recibe el nombre científico de Abies alba, abeto común o abeto blanco, que es una conífera como el pino o el cedro

 

Su nombre en hebreo es theashshur que, según el “Gran diccionario Enciclopédico de la Biblia” aparecería tres veces, pero cita solo Isaías 60,13 “La gloria del Líbano vendrá a ti: cipreses, olmos y abetos, para embellecer el lugar de mi santuario”. Antes ha dicho que podría confundirse con el cedro, cosa que no me extraña, vistos de lejos se parecen, o con el álamo y el ciprés, bastante distintos. Según la Biblia de Jerusalén, solo aparece en I Re 6,34 “dos batientes de madera de abeto: dos planchas de un batiente eran giratorias y también eran giratorias otras dos planchas del otro batiente. Esculpió querubines, palmeras, capullos abiertos y embutió oro sobre la escultura”.

 

CENTRO DE EUROPA

 

Ahora bien, la costumbre de adornar la casa con un “árbol de Navidad” no tiene origen bíblico. Se sitúa en el centro de Europa donde antiguas poblaciones celtas, veneraban o adoraban viejos robles. No ha de extrañarnos esta costumbre, pues, en la cultura cananea este atributo lo disfrutaba la encina, “quaercus” también pero de hoja perenne. Bajo la encina de Moré, el patriarca Abraham, en el lugar santo de Siquem, ofreció el primer sacrificio, después de saber que la divinidad que adoraba era Dios, Dios familiar sin duda, pero Dios personal. Aprovechar un lugar que la religiosidad local ya señalaba como santo, era lo más oportuno.

 

SAN BONIFACIO

 

Retrocedo. A las selvas de lo que más tarde sería Germania, llegó San Bonifacio (680-754) animado a anunciar el Evangelio. Armado con un hacha, a sus palabras acompañó el derribo de un roble y presentó al abeto como símbolo de Jesucristo, al que él predicaba. Si el viejo y robusto roble es buen emblema de la eternidad y poderío de Dios, la esbeltez del abeto bien puede significar la belleza de nuestra Fe.

 

El abeto tiene la proporcionalidad y gracia del David de Miguel-Ángel que admiramos en Florencia. Y no se me ocurre ninguna otra comparación para elogiarlo. A su armonía de formas le acompañan las hojas perennes y recias, sin los agresivos pinchos de las del cedro, su próximo pariente. El fruto, las estiradas piñas de color avellana, con sus menudas semillas que lo adornan, le otorgan categoría de nobleza, son insignias como las condecoraciones de los militares insignes. Y siempre luce juventud, como la propia de Dios, al que le es en este tiempo alegoría.

 

ÁRBOL O NACIMIENTO

 

Por las tierras donde habito, en la época de Navidad, se ponía, y se pone, el nacimiento, o pesebre, de origen más antiguo. Ya hablaré otro día de él. Se ponían las mismas figuras que cada año se disponían de manera diferente, añadiéndole y enriqueciéndole con otras. Conocíamos la costumbre foránea del árbol, sin darle importancia. Pero la estabilidad antigua ya no es propia de nuestro tiempo. Los viajes al extranjero o la llegada y aposento de personas de otras culturas, introdujeron el abeto, al que adornaban con bolas y bombillitas. Ahora he sabido que al principio eran manzanas lo que colgaban, símbolo de la del Paraíso, y velitas que alumbraban, como la Fe a los creyentes. Se le añadieron poco a poco los regalos que aparecían tímidamente bajo sus ramas el día señalado. Cada pueblo tiene buenas costumbres, que es bueno conservarlas.

 

No se puede ignorar la belleza de un árbol de Navidad que no debe arrinconar la devoción del belén, de aquí que en muchos lares se pongan a sus pies las tres figuras protagonistas de estos días. San José, Santa María y el Niño Jesús. Así, además de precioso conjunto, no se expresa rivalidad alguna entre las diferentes culturas.

 

EN EL JARDÍN

 

Antiguamente las familias adquirían con esmero y a buen precio un abeto que, pasada la Navidad, plantaban en su jardín. Hoy en día en ciertas comarcas se cultiva el abeto donde antes plantaban cereales. Requiere pocos cuidados si el clima le es propicio, frío, altura y poco riego. He leído que los ejemplares que generalmente solicita el público, requieren cinco años de crecimiento. Aunque se desee conservarlos más tarde es difícil conseguirlo dada la forma de arrancarlos y el clima donde se pretenda replantarlo, que casi nunca les es favorable.

 

De todos modos en muchas casas lo consiguen y lo enseñan al visitante amigo contándoles los regalos y los juegos que a su lado disfrutaron cuando eran pequeños y que conservan nostálgicamente en su memoria. Otros, los más, piensan que un árbol de Navidad es como un ramo de flores, que sea bonito y adorne, que viva sin ensuciar la casa, para después reducirlo a compostaje, es todo lo que se desea.   

 

Las fotos.- Arriba el abeto que regalaron al autor. Arriba, entre el texto, ejemplar grande. Sigue la ilustración en forma de dibujo que muestra el tipo de ramas y las piñas. Y más abajo un abeto con sus piñas y al final un abeto entre otros árboles.