Sobre lo mejor y lo peor
P. Fernando Pascual
21-12-2017
Las ideas de mejor y peor
acompañan continuamente nuestros pensamientos, discusiones, deseos, proyectos.
Buscamos lo mejor en la ropa,
en la comida, en el deporte, en las votaciones, en el plan para este fin de
semana.
Tememos lo peor en el clima,
en el engaño de algún conocido, en la crisis económica que hace perder puestos
de trabajo.
En ocasiones, surge la
pregunta: ¿por qué pensamos que esto sería mejor y aquello sería peor? ¿Dónde
se fundamentan este tipo de valoraciones?
Ya ha habido respuestas
diferentes a lo largo de la historia. Unos dicen que todo depende de la
subjetividad, o de los sentimientos, o de la cultura.
Otros piensan que hay
parámetros objetivos que permiten distinguir entre una dieta mejor y otra peor,
entre una bicicleta y otra según niveles de perfección.
En las opciones personales, lo
subjetivo tiene un papel clave: solo escogemos algo si nos parece (según la
propia opinión y los propios deseos) mejor.
Pero incluso cuando
constatamos la fuerza de la subjetividad, sigue encendido en nuestro corazón el
deseo de que lo que me parece mejor lo sea realmente.
Después de las decisiones, un
abrigo que parecía mejor se estropea después de un día de lluvia. Y aquel
trabajo que parecía peor da excelentes resultados.
En ese continuo esfuerzo por
alcanzar lo mejor y evitar lo peor, un horizonte recoge toda nuestra existencia
y nos invita a mirar más allá de la frontera de la muerte.
Porque lo mejor y lo mejor,
que consideramos en hechos contingentes y frágiles, adquieren su sentido
completo y pleno en el juicio que cada uno recibe tras la muerte.
Sabemos cuál será la materia
de ese juicio: seremos examinados sobre el amor. Solo a esa luz podemos ahora
comprender qué sea lo peor y lo mejor en cada una de las decisiones humanas.