RESPETO-CORDIALIDAD-AMABILIDAD-OPINIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Imaginaba que en la presente edición, peso pesado de
contenido, no aparecería el artículo de Opinión. El director, a última hora me
advierte que sí, y yo a ultimísima, me pongo redactar.
La cordialidad en algunos casos exige amabilidad y
recuerdo. Y como quería inicialmente escribir sobre cordialidad y respeto en
general, pero he comprobado que me han ido saliendo situaciones del ámbito
clerical. No deseo que betania.es sea una web de sacristía, pero
tampoco quiero olvidar el estamento al que pertenezco en la Iglesia.
Mi vida clerical no ha seguido, ni sigue, rutas marcadas y
valladas, Dios me ha conducido por caminos desconocidos e imprevisibles para
mí, cuando me llamó en tiempos de estudiante de aquel bachillerato de siete
años y su correspondiente Examen de Estado, que si no aprobabas, de nada
servían estudios anteriores. Me refiero, claro está a títulos académicos. No
aspiré nunca a ser párroco, y después daré razón de lo que digo, pero he vivido
muy cercano a la vida parroquial. Lo advierto para que el lector sepa que lo
que escribiré no es queja, ni lamentación. Redactaré pensando en mis compañeros
de seminario, hoy sacerdotes, buena parte de ellos fallecidos.
Tengo presente la cita de Hebreos 13,7 a la que otras veces
me he referido: “Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra
de Dios y, considerando el final de su vida, imitad su fe” yo corrijo, ¡válgame
Dios!: acordaos ahora que todavía no han muerto.
Desde mi infancia supe y no es que de ello deduzca elogio,
que en cualquier población, máxime si eran de menor tamaño, el párroco, el
farmacéutico, el maestro y el secretario del ayuntamiento, siempre iban unidos
o reunidos estaban, en la rebotica o en el despacho del cura, hablando o quien
sabe en qué se entretenían. Desde mis primeros tiempos de ministerio, 1956,
observé que en los pueblos sea por Navidad o por Pascua, con motivo de la
“matanza” de gran trascendencia en la vida familiar rural, o el de su santo, al
párroco le traían un pollo o una muestra variada de cerdo recién muerto: lomo,
morcilla o tocino. Los chiquillos lo sabían. Cuando se cruzaban con el párroco,
vestido singularmente con sotana y cubierto con la teja, todos le saludaban.
Era respetable y apreciado por consiguiente, digno de ser imitado. Digo siempre
que la mayoría de mis compañeros, cuando entraron en el seminario, lo que
querían en realidad, era ser, “señor cura”.
Pasó el tiempo, llegado el hoy, nada de esto queda. Más
aún, es ignorado, necesitado tal vez únicamente para obtener partidas de
bautismo, entierros, fiestas de primera comunión, que lamenta que seguramente,
será la última. Los confesonarios tienen telarañas y sobran bancos cada domingo
en misa. Se siente en su interior “un pobre diablo”. No hay que esperar, vuelvo
a decir, a que “vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios”
mueran. Creo yo que la disminución de vocaciones, una de sus causas, es el poco
aprecio que los fieles cristianos, los seglares, les tienen. Les falta sentirse
amados. Y recuérdese que no hablo de monjes, ermitaños, servidores de
hospitales o de ancianos., sino de sacerdotes diocesanos, curas de pueblo.
Y llegada la Navidad, aterrizo para acabar, no se trata de
comentar si es oportuna la hora de la misa que él ha escogido, si es larga y no
deja para otro día ese sermón que cada año repite, no piensa él en el trabajo
que supone la preparación de la comida o cena, la familia, que por supuesto no
va a misa, está esperando. Tal vez no le queda otro remedio que irse a un
restaurante donde comerá bien sin duda y que hasta a la hora de pagar, a lo
mejor le digan que un feligrés anónimo ya lo ha abonado., sin poder darle las
gracias. Irse a casa y escuchar nostálgicamente, los villancicos que otrora
cantaba.
Haced algo, lectores de betania.es, para que más
que felicitar a vuestro párroco o consiliario, su Navidad él la viva feliz,
gracias a Dios y a vosotros.