Sacramentos: en el núcleo del
cristianismo
P. Fernando Pascual
7-1-2018
Ser cristianos significa
acoger una Salvación maravillosa, realizada gracias a la Encarnación,
Nacimiento, Vida oculta, Vida pública, Pasión, Muerte y Resurrección de
Jesucristo.
La experiencia de ser salvados
se realiza en cada sacramento. Como pórtico, el bautismo nos unió para siempre
al Amor del Padre en Cristo gracias al Espíritu Santo.
Luego, la Confirmación nos
confirió la plenitud del Espíritu Santo y la fortaleza necesaria para vivir la
aventura de la fe en cualquier situación de la vida.
Como somos débiles, la
confesión permite recuperar la gracia (la presencia íntima de Dios en mi alma),
porque actualiza la salvación en la historia personal.
Sobre todo, la Eucaristía nos
lleva al mismo momento del Calvario, donde Cristo vence el pecado, destruye la
muerte, nos da su Cuerpo y su Sangre para que tengamos vida.
En la enfermedad grave, que
nos recuerda la propia fragilidad y el hecho inevitable de la muerte, la Unción
de los enfermos suaviza los dolores y reaviva la esperanza.
El matrimonio bendice con la
salvación de Dios esa maravillosa experiencia del amor humano, pues lo limpia
de egoísmos y pecados, al dar ese impulso para que los esposos se amen como
Cristo amó a su Iglesia (cf. Ef 5).
El sacramento del orden
sacerdotal se entiende desde la voluntad de Cristo de continuar su presencia
entre los hombres, pues gracias a los obispos y los sacerdotes la Eucaristía se
celebra en tantos rincones del planeta.
Todos y cada uno de los
sacramentos nos permiten entrar en el núcleo del cristianismo: "tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no
perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn
3,16).