Dejarse ayudar
P. Fernando Pascual
7-1-2018
Nos gusta poder ayudar a
otros. Significa que tenemos sensibilidad, que percibimos el dolor y las
necesidades ajenas, que contamos con fuerzas para dar una mano.
Quizá nos cuesta dejarnos
ayudar, porque ello implica reconocer que estamos necesitados, que los
problemas son superiores a nuestras energías, que nos encontramos cansados o
enfermos.
Dejarse ayudar, sin embargo,
tiene aspectos positivos. Por un lado, porque captamos algo que todos, también
los que parecen más afortunados, necesitamos descubrir: la vida es siempre algo
frágil.
Por otro lado, porque al
abrirnos a la ayuda de otros reconocemos nuestra confianza en la bondad humana.
La habíamos experimentado tantas veces en nuestra infancia, sobre todo a través
de los padres. La experimentamos continuamente en accidentes, enfermedades,
estudios, trabajos, arreglos en la cocina...
Sí: a nuestro lado hay mucha
gente buena, que percibe nuestras flaquezas, que ofrece un consejo para
apartarnos del mal camino, que nos deja unos billetes (sin intereses) para
salir adelante en un aprieto económico.
Son hombres y mujeres que nos
cuidan en los hospitales, que nos protegen en la calle como policías (con frío
y con calor), que nos llevan al destino como conductores de metro o de
autobuses, que nos indican cómo llegar al ayuntamiento.
Al dejarnos ayudar por tanta
gente buena, superamos la pena de quien pide al constatar el alivio que surge
al vernos apoyados, acogidos, acompañados, cuidados, incluso a costa del riesgo
de contagiar con nuestra gripe a quien nos visita durante las horas de fiebre.
Dejarnos ayudar por
familiares, amigos, conocidos, vecinos, compañeros de trabajo, facilita el que
nuestros corazones se abran a la ayuda definitiva, la única que puede perdonar
pecados y superar el drama de la muerte: la que nos ofrece Jesucristo, en
nombre de Dios Padre, con la fuerza y el consuelo del Espíritu..