Aristóteles y el intelecto
humano
P. Fernando Pascual
13-1-2018
Hablar sobre el intelecto
humano resulta estimulante. En parte, por las teorías que buscan explicarlo, o
que niegan su existencia. En parte, porque encontramos muchas dificultades para
entender lo que ocurre cuando pensamos.
La teoría de Aristóteles
ofrece, también hoy, elementos para la reflexión. Porque para el famoso
filósofo griego el tema del alma y, en concreto, el tema del intelecto, eran
fundamentales.
Sin abarcar las diferentes
contribuciones de Aristóteles sobre este tema en su tratado "Sobre el alma",
podemos fijarnos en los siguientes aspectos: su planteamiento, la comparación
con la sensibilidad, y la explicación de la condición del intelecto respecto
del cuerpo.
El planteamiento es sencillo:
el intelecto tiene características parecidas a la sensibilidad, pues es algo
pasivo, que recibe, que acoge. Lo cual suscita preguntas. En concreto, una de
especial importancia: ¿tiene un órgano?
Este planteamiento conserva
una actualidad sorprendente. El mundo moderno se ha preguntado en diversos
momentos si exista un órgano o una dimensión medible que explique y fundamente
nuestras ideas y razonamientos.
La comparación con la
sensibilidad ofrece un estímulo para comprender mejor la naturaleza del
intelecto. Porque acaece un fenómeno interesante. Mientras al sentir algo
intenso el órgano sensorial sufre serias alteraciones, no ocurre algo parecido
respecto del intelecto.
Imaginemos una fuerte
explosión. El oído queda como saturado, alterado: no es capaz de percibir por
un tiempo sonidos más pequeños. Esto prueba que la facultad auditiva está
fuertemente unida a lo corporal y sufre las consecuencias de ello.
En cambio, ¿qué ocurre cuando
pensemos una idea muy "fuerte", como por ejemplo un problema de
matemática especialmente difícil? Que después, con naturalidad sorprendente,
podemos pensar en algo sencillo y fácil. La mente (intelecto) pasa de un tema a
otro sin sufrir alteraciones que la incapaciten.
A partir de este fenómeno
Aristóteles deduce que la actividad intelectual no es el resultado de un órgano
corpóreo, pues si dependiese del mismo se alteraría como se alteran nuestros
ojos ante la luz intensa o nuestro olfato ante un olor especialmente fuerte.
Además, el intelecto puede pensar
todas las cosas, mientras que la facultad visiva se limita a los colores, y la
facultad auditiva a los sonidos. Pasar tan fácilmente de la idea de infinito a
la idea de enfermedad, de color o de justicia, implica que el pensamiento no es
el acto de un órgano sensible y material.
El mundo moderno puede
recibir, desde las reflexiones de Aristóteles, un estímulo concreto a tantos
problemas que discutimos a la hora de comprender la mente y la voluntad que
caracterizan al ser humano.
Porque, lo aceptemos o no, hay
algo en nosotros que supera con mucho lo que está ligado a las leyes de la
física, de la química, de lo corpóreo. Ese algo explica la peculiaridad humana
y deja espacio abierto para comprender que no somos solo materiales, sino que
tenemos algo que los antiguos llamaban "separado" o, con un adjetivo
más difundido, "espiritual".