CRISTIANOS
Aquellos primeros
integrantes del movimiento comenzado en Jesús no tenían un nombre concreto.
Eran “Los del camino”, “Los
de la fracción del pan”, “Los del pez”,
“Los del Nazareno”
Eran nombres con que se
identificaban diversas comunidades.
En un lugar,
despectivamente, comenzaron a llamarlos “Cristianos”
Fueron los integrantes de
aquella comunidad (Antioquía) quienes decidieron quitarle las connotaciones
despectivas y comenzar a identificarse con aquella denominación.
Poco a poco, diversas
comunidades se identificaron con aquella denominación y la misma se prolonga
hasta nuestro hoy.
Una realidad identificadora
fue el signo del pez.
Aún no cultivaban el signo
de la cruz como identidad.
Era muy difícil poder hacer
entender que la cruz no era un signo de fracaso y desprecio sino de un lugar
que Jesús había colmado de amor, de
entrega y liberación.
No hace mucho conversaba
con una joven y algo llamó mi atención.
En un determinado momento
de la conversación levantó un brazo y allí se podía apreciar, tatuado, el signo
del pez.
Casi como distraídamente le
pregunto por el significado de aquel pequeño tatuaje.
Con toda naturalidad me
dijo: “Es el signo de los primeros cristianos”
Aquel signo no proclamaba
una religión sino un estilo de vida.
Aquel signo no decía de
rituales establecidos sino del intento de la continuidad de lo realizado por
Jesús.
De Jesús tenían recuerdos
muy frescos ya que muchos de ellos recibieron al mismo desde el directo
testimonio de quienes habían compartido con Él.
Recibían palabras y hechos
pero, fundamentalmente, actitudes propias de Jesús para asimilarlas y
prolongarlas.
Por el reconocimiento y
proclamación de Jesús como “Cristo” y por el empeño de intentar vivir algunas
actitudes como Él fue que recibieron el nombre de “Cristianos”.
El pez no hacía otra cosa
que recordar algunas de aquellas actitudes.
Era compartir en un plano
de igualdad y fraternidad.
Era salir al encuentro de
los necesitados para saciar sus necesidades.
Era integrar para hacer sonreír
a quienes se sentían excluidos.
Era dar nuevas
oportunidades a los que es sistema político- religioso había marginado.
Era mantener viva la
memoria de Jesús.
En aquel tiempo no se vivía
con mentalidad de institución sino con el desafío de prolongar a la persona de
Jesús vivo.
Era el testimonio de una
persona con todo lo que ello implica de muy difícil.
No es fácil testimoniar a
alguien que no se es. Ello implica mucho empeño.
No es fácil poseer tanta
fuerza testimonial como para que los demás no se queden en quien testifica sino
que lleguen al testificado.
Se necesita mucho coraje
como para tatuarse un signo tan particular y tan desafiante.
Hacer tal cosa es mucho más
que una proclamación de fe.
Hacer tal cosa va mucho más
allá de un arrebato juvenil.
Es asumir un empeño y un
compromiso.
Es asumir un estilo de vida
y hacerlo intento cotidiano.
Es proclamar, desde un
simple signo, lo que se debe esperar ella como persona.
Es decir, sin necesidad de
palabras, su cristianismo y el empeño por vivir como tal.
Padre
Martin Ponce de Leon SDB