La
Iglesia todavia merece confianza
Padre
Pedrojosé Ynaraja
Cuando me pongo a redactar soy
consciente de que ya escribí de esta cuestión hace algún tiempo, pero no me
importa repetirme. Creería uno que se ha levantado la veda de eclesiásticos, si
hiciera caso de los medios que se regodean publicando no sólo los graves
delitos, que es justicia hacerlo, sino los más mínimos deslices de sus
clérigos. Se salva Caritas, su servicio diaconal, que nadie se atreve a
condenarlo. ¡Loado sea Dios!
Apareció hace pocos días en diversos
medios de papel y de Internet, la siguiente noticia “Detienen a una mujer por
abandonar a su bebé a la puerta de una iglesia. Los parroquianos protegieron a
la niña de las bajas temperaturas. Emergencias Madrid recogió al bebé
abandonado. La Policía Nacional localizó a la madre de la pequeña, una mujer de
21 años y de origen paraguayo, que fue detenida en su domicilio del distrito de
Tetuán cuando preparaba las maletas para huir”
En primer lugar se debe reconocer que
no lo abandono, sino que lo depositó en un lugar del que de inmediato fue
acogido, no simplemente recogido. En segundo lugar, a esta señora la Iglesia le
merecía confianza. Piénsese que si la dicha persona, unos meses antes hubiera
abandonado a su bebé abortándolo, no hubiera sido publicado tal proceder. Ella
amó la vida y no perdió la esperanza, confió en la parroquia, pero tal proceder
merece que aparezca entre los sucesos morbosos que tantos buscan y a tantos
satisfacen.
La Iglesia desde antiguo fue acogedora
y continúa siéndolo, proceder que en algunos casos puede no ser legal, pero sí
compasivo. Allí donde se asienta una comunidad cristiana viva hay una escuela,
un hospital y un orfanato.
Poco después de llegar a Burgos, no
llegaría yo a tener siete años, me llevó mi madre un día al hospicio. No fuimos
de visita, ni siquiera entramos. Me enseñó en la parte trasera del edificio una
ventanita con un timbre y me dijo que cuando una madre no quería a su hijo, lo
metía por aquel orificio, tocaba el timbre y marchaba, sin que nadie la viese.
Las monjas de aquel convento acudían enseguida y se salvaba. A los que acogían
les daban un nombre y les asignaban un apellido, siempre el mismo, que durante
toda su vida y la de su descendencia proclamaba su origen. No quiero
mencionarlo, hace tiempo que desapareció esta mala costumbre.
A modo de anécdota refiero dos
ejemplos chuscos.
Me lo contaba una monja por tierras
vallisoletanas, hace muchos años. Al entrar un día, vieron en el suelo, en un
rincón, una criatura. La arroparon de inmediato y posteriormente, para
asignarle un nombre, escogieron el siguiente: Domingo (el día de la semana que
ocurrió) y de antroponímicos con que se distingue a las personas, se añadió
Díez (el día del mes) de la Escalera (del lugar del encuentro).
Un chico y una chica tuvieron un
encuentro furtivo. De las relaciones de los tales, surgió el embarazo de la
joven. Se enteró él, pero se despreocupó completamente del “fenómeno”. Un día
cayó en la cuenta de su mal proceder. Supo que recientemente había nacido la
criatura y la madre la dejó en un hospicio. Acudió de inmediato, se explicó con
detalle y le fue entregado el bebé. Aquella criatura, paradójicamente, era hija
de su padre y de madre desconocida.
Un embarazo podía ser no deseado, pero
acudir al aborto repugnaba a una conciencia cristiana. En el confesonario o en
el despacho, tal vez confiaba sus pesares, bajo secreto. El sacerdote se
ofrecía a ayudarla con discreción. Buscaba un matrimonio de acogida. El sigilo
y los amaños, tal vez podían ser ilegales, pero se salvaba una vida. Algo
parecido le ocurrió a una chica que fue violada reiteradamente desde pequeña
por su hermano, hasta que, llegada la pubertad, quedó embarazada. Ocultó a su
madre lo que le pasaba, se atrevió a contarlo a las monjas de su colegio. Con
mucha discreción la ayudaron. Nació el niño y fue recibido por alguien en quien
confiaba sería bien tratado y educado, por la indicación que le daban las
religiosas. Desapareció de la población y rompió completamente con los lazos
que la unían a su familia. Se sintió entonces libre y tranquila.
Si se publican noticias que
desacreditan a la Iglesia, no se debe ocultar aquellos procederes que la
magnifican. He explicado algunos. Muchos conciudadanos nuestro deben su vida a
que ellos o sus padres o abuelos, o… gozaron de discípulos de Jesús, que
tuvieron la Caridad como norma suprema de su proceder, aunque tuvieran que
hacerlo ocultamente.