Vegetales
y Biblia: alcaparra
Padre Pedrojosé Ynaraja
De esto hace muchos años. Muy temprano salimos de Eilat,
al sur de Israel. Ocupábamos el jeep los cuatro compañeros, un matrimonio
holandés y una chica francesa. El viaje al Sinaí siempre es enigma. La
simplicidad del desierto imprime misterio. El guía podía expresarse más o menos
bien en castellano, con los demás nos entendíamos en francés. Era el primer
viaje a Tierra Santa y la primera extensión fuera de Israel. En aquel tiempo la
península estaba ocupada por el Estado de Israel y no teníamos ni la menor idea
de lo íbamos a encontrar. No existía otra cosa entre los ocupantes que el
saludo protocolario.
LAS RAÍCES
Atravesamos una línea imaginaria que nos adentraba en el desierto. El guía,
un judío suizo, antiguo scout, de una personalidad muy atractiva, lo primero
que dijo fue: a la derecha verán una alcaparra. Es una planta que sus raíces
segregan acido oxálico, gracias a lo cual puede hundirlas, abriéndose camino
entre las rocas calcáreas. Lo dijo claramente, pero no tuvimos tiempo de
fijarnos y ver cómo era, el vehículo no paró. A mí la palabra alcaparra me
sonaba, como tantas otras, sin que supiera hasta entonces qué significaba, supe
entonces a qué se refería. Era una planta. Lo de las raíces que agujereaban la
roca calcárea me intrigó mucho. Por más que he buscado posteriormente, ni el
mismo “Dioscórides” de Font y Quer habla de ello.
SIMPATÍA
Después la vi y conocí en el lugar santo de Siquem,
allí donde empezó a manifestarse la Historia de la Salvación. Tal vez este
detalle fue el que suscitó la simpatía por el arbusto. La he ido viendo por
toda Tierra Santa. Vuelvo a repetir que no he podido encontrar ninguna
referencia al acido que puedan segregar sus raíces, lo que si he comprobado es
que donde hay una pared o un terreno calcáreo, se encuentra uno siempre la
alcaparra. O allí donde ve uno una alcaparra, comprueba de inmediato que el
sustrato es de caliza. Digo esto porque desplazándome por Petra un día, quien
me acompañaba no conocía nuestro vegetal y yo le dije, lástima que por aquí
todo es arenisca, si por algún sitio vemos algún compuesto de cal, te la
enseñaré. Y en un rincón del camino, de muy poca extensión, lo encontramos y pude
enseñársela.
UNA SOLA VEZ
Si la alcaparra solamente es mencionada una vez en la Biblia ¿a qué viene
tanto interés que yo le doy? No ignoro que los aspectos anecdóticos que he
mencionado sean los que mantengan y susciten la fascinación que por ella tengo,
pero alguna cosa más puedo añadir. Y conste que mi interés no es el único. El
mismo Talmud, por lo menos en dos ocasiones, se refiere a su raíz y fruto. Por
todo Israel he comprobado que también se siente respeto por la alcaparra. Por
las murallas que rodean la vieja ciudad de Jerusalén, entre sus rendijas y
junturas, siempre las ve. En el mismo Kotel, el que
impropiamente llamamos Muro de las Lamentaciones, parece que las hayan sembrado
y expertos jardineros cuiden de su permanencia. Advierto que aunque las he
visto arrastrarse por el suelo, lo más corriente es que nazcan y se desarrollen
a partir de un tronco que brota de un muro vertical.
ECLESIASTÉS
Antes de continuar voy a reproducir el fragmento bíblico al que hacía
alusión. Se trata de una mención que aparece en el Eclesiastés 12, 5: “También
la altura da recelo, y hay sustos en el camino, florece el almendro, está
grávida la langosta, y pierde su sabor la alcaparra; y es que el hombre se va a
su eterna morada, y circulan por la calle los del duelo; mientras no se quiebre
la hebra de plata, se rompa la bolita de oro, se haga añicos el cántaro contra
la fuente, se caiga la polea dentro del pozo, vuelva el polvo a la tierra, a lo
que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio”. Un fragmento que
suena muy a literatura cuaresmal, a la fórmula del miércoles de ceniza: polvo
eres y en polvo te convertirás”.
TERABITE
Había localizado unas atractivas fotografías de entre los miles de archivos
que almacenan mis tres discos duros del PC de más de un Tera cada uno.
Lamentablemente y fruto seguramente del carácter dictatorial de toda la
tecnología informática, se me han vuelto a hundir en cualquiera de ellos y, por
más que los he buscado, y los he buscado mucho, no los he logrado encontrar. La
verdad sea dicha: he dedicado mucho más tiempo a la búsqueda de estas fotos,
que a la redacción de este artículo, de aquí su brevedad.
Ya he dicho que es un arbusto, sus tronquitos son leñosos y abundan en
ellos las espinas, de aquí su nombre científico “Capparis
spinosa”. Son molestas espinitas ocultas bajo las
hojas. La flor es humilde, misteriosa, parece que habla en silencio.
TÁPENAS
Si uno recoge sus capullos y los guarda en vinagre con un poco de sal,
tendrá un apetitoso complemento a cualquier ensalada vegetal. Entre las
ilustraciones, dos de ellas, son de alcaparras. Los autores dicen que crecen
por toda la cuenca mediterránea, pero yo sólo los he visto en Medio Oriente, sé
que crecen por Andalucía. Como me gustan por lo que me sugieren y porque me
satisface su sabor, acostumbro a comprar el producto envasado en Andorra,
procede de Marruecos y lo comercializa alguna empresa francesa. El fruto maduro
se llama alcaparrón, que yo solo lo he saboreado en una ocasión y lo encontré
demasiado fuerte de gusto.
Como toda substancia silvestre entra a formar parte de la farmacopea, que
ya desde Dioscórides a la Roma clásica le dio a las alcaparras diversas cualidades,
copio textualmente: Domenico Romoli
escribió en el siglo XVI una especie de enciclopedia culinaria, titulada La
singular doctrina, en la que dedica una parte a los beneficios dietéticos de
los alimentos. Afirma que "quienes coman tápenas no sufrirán dolores de
bazo, ni de hígado" y que son un remedio "contra la melancolía y
provocan la orina". La historia de la farmacopea las define como
"diuréticas, antirreumáticas y antiartríticas" y así, como de paso,
les atribuye virtudes afrodisiacas