Cuando el médico se rinde
P. Fernando Pascual
17-2-2018
Ante la enfermedad, recurrimos
al médico con un deseo de encontrar caminos de curación. Enfermedades sencillas
tienen soluciones más o menos claras. Otras enfermedades resultan más complejas
en su diagnóstico y en las posibles terapias.
Cuando llegan enfermedades
graves, muchos miran al médico con ansiedad. Esperan de él ayuda para conocer
lo que pasa, señales de esperanza, respuestas sobre lo que vaya a ocurrir en el
futuro.
El enfermo, sus familiares y
amigos, ponen en manos del médico la salud, incluso la vida de quien sufre.
Suponen que aquel doctor encontrará caminos de alivio, estrategias de curación,
medios eficaces.
Pero en muchos casos el médico
tiene que reconocer que las posibilidades son pocas, o que ha iniciado ya un
proceso irremediable que conduce, con lentitud o rápidamente, al desenlace de
la muerte.
Cuando el médico se rinde, el
enfermo puede experimentar una pena profunda. Siente que su caso no tiene
remedio. Ve avanzar el mal que terminará con sus días.
Entonces necesita una
motivación especial para asumir su realidad y escoger en qué maneras vivirá los
momentos que la enfermedad le permitan durante días, semanas o meses.
No resulta fácil para el
médico ese momento. Ha estudiado durante años para ofrecer ayuda, para curar a
los enfermos, para dar esperanzas de recuperación. Por eso, reconocer que ya no
existen posibilidades de sanar produce una pena íntima.
Es cierto que existen, en las
situaciones más graves, opciones para aliviar al enfermo, para disminuir sus
dolores, para facilitarle un poco las funciones vitales. Pero el mal sigue su
camino, y tarde o temprano llegará la hora de la muerte.
Para el enfermo, queda siempre
abierta la esperanza de una vida tras la muerte, del auxilio que viene de un
Dios que es Padre y desea recibirnos en su Reino, de la cercanía y cariño de
tantos corazones buenos que lo acompañan cada día.
Ha llegado el momento de
arriar la bandera. La medicina llegó hasta donde le era posible. El médico se
rinde ante una enfermedad incurable, pero no por ello deja de estar al lado del
enfermo, a quien ofrece curas paliativas, cariño, escucha, y una oración a Dios
para que ayude y ofrezca el consuelo más completo.