ANECDOTAS

CIENFUEGOS Y CAMAGUEY

EN CARNE PROPIA se encuentra repleto de anécdotas, podrán imaginarse lo que significa convivir en un campo de concentración más de 400 hombres, hombres que llegamos a ser como hermanos, cada uno sufría el dolor de los demás. Los únicos insensibles aparentemente a este dolor eran los militares designados para hacernos la vida imposible y algunos civiles entre nosotros, haciendo el miserable trabajo de espías.

De lunes a viernes de 8:30 a 9:30 un pequeño grupo nos reuníamos alrededor de la litera que ocupaba el joven asmático que dormía a mi derecha; él había logrado pasar un pequeño radio de pilas, y, en la oscuridad del albergue, allí nunca hubo luz eléctrica, oíamos un programa radial muy de moda en los jóvenes de aquella época: NOCTURNO.

Una de esas noches cuando mas entusiasmados estábamos oyendo las canciones de moda, no pudiera describirse como un momento feliz, sino como un momento de escape a la cruel realidad en que nos encontrábamos, interrumpió uno de los cinco soldados que le hacían el sequito al Teniente de campo, y dijo: -Desde mañana comenzaremos a hacer surcos, tenemos 2 yuntas de bueyes y necesitamos 4 hombres para ese trabajo.

Ya venían designados, uno de ellos fui yo. Jamás en mi vida me había visto frente a frente con esos animales, sentí un frio escalofriante, no por miedo, sino porque sabía las consecuencias que pudieran suceder. Recordé las palabras de mi Padre: Nada tiene más valor en la vida que el Honor, y la Dignidad se conserva hasta el último día.

Al día siguiente me entregaron mi yunta, estaba compuesta por dos bueyes color marrón, uno se llamaba Zafiro y el otro Diamante. Un hombre de campo que trabajaba en mi brigada, se brindó y me enseñó a enyugar. Con el transcurso de los días me consideraba un arriero profesional, hasta que un día conduciendo una Rastra tirada por Zafiro y Diamante, desafortunadamente, una de mis botas se trabó entre la tabla de la rastra y el suelo, de esa manera caí debajo de aquella tabla que transportaba un tanque de 55 galones lleno de agua y fui arrastrado por el bajo vientre.

No sé cuántos metros me arrastro, cuando me pude ver en el Hospital, toda la piel de la ingle estaba desgarrada y me colgaban pedazos de piel ensangrentados, tenía la cabeza llena de chichones y arañazos y rasguños por todo el cuerpo. Me hicieron las primeras curas de emergencia, me vacunaron contra el tétanos y me enviaron para La Habana (mi casa).

Unos días después, fui llamado de nuevo como arriero a otro plan agropecuario. Allí me entregaron a Cienfuegos y Camagüey. Cienfuegos era un buey blanco y negro, corpulento y fuerte, era el guía de la yunta.  Camagüey era un animalito débil, huesudo y manso, su mirada era triste, parecía ser de muy poca salud, quizás era más viejo. Pero en el comunismo lo mismo es esclavo el viejo que el joven; el saludable o el débil; la mujer o el hombre; el humano o la bestia. No hay diferencia, todos iguales, así lo proclamo Marx.

Desde el primer día sentí gran compasión por aquel animal, se notaba que sus fuerzas no eran compatibles para ese trabajo. No le pegue jamás con la vara ni con el látigo, ni permitía tampoco que nadie lo maltratara. Buscaba para el, donde el pasto estuviera más verde. Todos los días el cocinero me regalaba unas libras de azúcar prieta para que se la echara en el agua que tomaba, trataba de mantenerlo lo mejor posible.

Las anécdotas con Cienfuegos y Camagüey, serian interminables. Recuerdo una mañana de un sol insoportable, yo no sé aun si fue que alguna avispa pico a Cienfuegos, pero aquel animal se desboco, no había voz de mando, ni nombre, ni riendas que lo detuvieran, pensé que me mataba porque estábamos llegando al borde de una loma y que nos despeñaríamos por aquel abismo al cual los campesinos de la zona, le llamaban: El Hueco.

Cuando ya lo creía todo perdido, Camagüey dejo de correr. Vi como Cienfuegos lo arrastraba, pero al final Cienfuegos se vio obligado a parar. Me baje de la carreta, me pare frente a ellos y les di unas palmadas en el lomo, como el padre que no reprime a un hijo después de un mal momento.

Por aquel tiempo, comenzó a trabajar conmigo un joven en las mismas labores.

Un día llego al campo mi esposa con un telegrama en la mano, venia acompañada de mi papa. Nos comunicaban en ese telegrama la salida de Cuba. Dos semanas más tarde llegábamos al aeropuerto de Barajas en Madrid, España. La Providencia ese día puso en nuestro camino al señor que dormía debajo de mi litera a quien le habían dado 2 ataques al corazón, su apellido era Zayas y me brindo hospedaje hasta que pudiéramos encontrar algún trabajo e independizarnos. Dormíamos en el suelo, no había camas para tanta gente. Pero le doy gracias a Dios por haber conocido a Zayas. Un buen amigo.

Cuando dije la providencia, no ha sido por casualidad. Nosotros no teníamos a nadie en Madrid, solamente en Asturias y en Galicia, y, ni siquiera los conocíamos personalmente. Zayas había ido al aeropuerto a esperar a otra familia que no venía en ese vuelo y se encontró providencialmente con nosotros que no teníamos a donde ir.

Atrás quedaba todo, solo salimos: mi esposa, mi hijo pequeño y yo. Mis padres a quienes más nunca vimos, nuestra familia, nuestros amigos, mis hermanos del campo de concentración, todos nuestros afectos. Todo, quedo atrás. Cuantos años construyendo una vida y por la maldad de un sistema y la crueldad de unos hombres, todo, se derrumbó.

¿Cómo no va a ser difícil olvidar?, cuando dejando de ver tantos afectos, unos fusilados, otros presos, algunos fallecidos en total soledad y otros sencillamente viviendo dentro de la gran prisión, dentro de aquella miseria, que a unos los prostituye y a otros los hace vivir extendiendo la mano hacia el Norte. No es venganza, no es odio lo que se siente, es sencillamente un reclamo de JUSTICIA.

Ellos tendrán que responder por el daño que han hecho, los crímenes cometidos, el luto injustificado, la destrucción moral, la división familiar. ¿Cuántas viudas y cuantos huérfanos? ¿Cuantos padres aun ignoran donde han enterrado a sus hijos ASESINADOS en el paredón, o muertos en las guerras de Africa, Bolivia, etc.? Esas guerras que ha patrocinado el tirano Castro y que han sido otros los que han puesto en juego la vida.

Unos meses después llegaba a Madrid el joven que trabajo conmigo, con Camagüey y Cienfuegos. Fuimos a esperarlo al aeropuerto de Barajas en Madrid y le brindamos lo único que teníamos: un techo y un plato de comida para él y su señora madre que le acompañaba. Recuerdo siempre que “no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita”.

Entre abrazos y saludos, me dijo: -Tengo una mala noticia para ti, Camagüey murió a la semana de haberte ido. Murió de tristeza, no quiso comer ni tomar más agua.

Pobre Camagüey, yo también le había tomado cariño.

Diego Quiros, Sr.