UN MESÍAS DIFERENTE
Me
pediste que escribiese sobre el mesianismo de Jesús.
Ya
ves que intento complacerte intentándolo.
Lo
lógico sería que te dijese que consultaras con alguien que sabe sobre el tema
pero....... aquí me encuentras, dispuesto a hacer un intento.
Quiero,
en este artículo, detenerme en la realidad de un Mesías sufriente que, sin
duda, la manera de suponer al Mesías los contemporáneos de Jesús.
Creo
que esta es la última gran toma de conciencia de Jesús.
Se
sabe enviado para ser Mesías y posteriormente habrá de asumir que su mesianismo
pasa por la necesidad de dar la vida.
Ninguna
definición mejor para su mesianismo que la del Cordero de Dios que quita los
pecados.
Para
nosotros puede ser una forma y mansedumbre con la que asumió su condena y su
muerte.
Para
los judíos poseía toda una connotación ritual de su tiempo.
El
cordero que quita los pecados hace referencia a una tradición de los
contemporáneos a Jesús en cuanto a uno de los ritos de purificación, de sus
faltas, que solían celebrar.
Entre
las lanas de un cordero iban arrollando aquellos pequeños trozos de cuero o
papiro en los que habían escrito sus pecados.
Una
vez que toda una familia o aldea había cargado al cordero con sus pecados éste
era echado, rumbo al desierto, a fuerza de piedras y palos.
En
oportunidades moría víctima de los golpes y, la inmensa mayoría de las veces,
víctima de las fieras que se aprovechaban de su hambre, su estar golpeado y
sed.
Con
su muerte liberaba los pecados con los que había sido cargado.
¿No
es eso lo que hará Jesús?
¿No
es eso lo que harán con Jesús?
En
un determinado momento asume que lo suyo habrá de pasar, irremediablemente, por
la muerte.
No
es una idea que sea de su agrado pero, podemos decirlo así, está jugado y lo
suyo ya no puede tener marcha atrás.
Ya
no molesta cuando dice verdades, todo lo suyo molesta, su persona molesta.
Se
acercó demasiado al centro de poder y por ello molesta.
Haga
lo que haga, diga lo que diga, todo se vuelve irritante para las autoridades
del momento y no puede traicionarse.
Está
demasiado jugado al Padre y a su pueblo y no necesita de mucha capacidad de
intuición para asumir lo que, en algún momento, será inevitable.
Cuando
intenta compartir esta realidad que, cada vez con más fuerza, va formando parte
de su ser, sus íntimos se niegan a escucharle y le solicitan no hable de tal
tema.
No
pueden aceptar que no hará valer la fuerza de sus poderes y que no habrá de
apelar a la capacidad de resistencia del pueblo.
Jesús
se ve, así, en la necesidad de asumir en solitario lo que implicaba ser el Ebed Yahvé (el Siervo de Dios que sufre).
No
debe de haber sido nada cómodo para Él llevar el peso de aquella cruz.
Es
el que sustituye al pecador, el que da la vida por ellos, es la víctima
propiciatoria.
¿Cómo
iban a entender los discípulos aquel planteo?
Jamás podían comprender tanta capacidad de amor.
Cuando
comprenden y asumen que Jesús era el Cristo allí comprenden, también, este
aspecto del mesianismo de Cristo.
Será
bueno que, de vez en cuando, también nosotros comprendiésemos la magnitud de lo
hecho por Él.
Lo
que era mi culpa la asumió y dio su vida para que me supiese liberado de ella.
Quizás,
asumiendo un poco más esta idea, rezaremos no con tanta rutina eso de “Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo ten piedad de nosotros”.
Quizás,
asumiendo esta idea, podremos saber de lo mucho de su amor fiel y coherente
para con nosotros.
Amor
fiel y coherente que espera una respuesta conforme a ello.
Era
muy difícil poder entender a Jesús cuando, con lo suyo, modificaba conceptos
tan arraigados en sus contemporáneos. Era, sin duda, un Mesías diferente.
Padre Martin Ponce de
León. S.D.B.