Drama y misterio de
la Pasión
Ángel Gutiérrez
Sanz
La mirada puesta en el Gólgota nos lleva a revivir la
escena desgarrada de un Dios que sufre, agoniza y muere por todos los hombres
incluso por quienes le condenan. Misterio insondable éste de la pasión de
Cristo que nunca podemos comprender; pero sí podemos abrir nuestro corazón para
que se llene de sentimientos de compasión. Cuentan las crónicas que en una
ocasión el gran orador dominico Fary Luis de Granada fue designado para
pronunciar el sermón de Semana Santa ante un concurrido auditorio. Subió al
púlpito, los asistentes estaban expectantes porque esperaban mucho de este gran
predicador que comenzó su sermón diciendo: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
según S. Mateo, pero no pudo continuar porque se le formó un nudo en la
garganta y las lágrimas comenzaron a fluir por sus mejillas. Los allí presentes
quedaron impresionadas y no tuvieron necesidad de más explicaciones, para ellos
había sido el sermón más impresionante y emotivo que jamás habían escuchado
Al misterio del Gólgota se accede más fácilmente por vía
del corazón abierto que por vía del entendimiento. Los grandes teólogos se han
encontrado con enormes dificultades a la hora de explicar cómo y por qué el
Hijo de Dios tuvo que pasar por el drama de la pasión. Todo sucedió de forma cruel y despiadada. Las
palabras se nos quedan cortas cuando tratamos de describir las terribles
escenas de la pasión y resulta muy difícil imaginar lo que Cristo tuvo que
soportar durante las horas interminables de su pasión. Los sufrimientos fueron
de todo tipo. Hubo sufrimiento físico: azotes, corona de espinas, golpes,
bofetadas, fatiga, cansancio, agotamiento en su recorrido interminable por la vía
dolorosa, los clavos desgarrando sus benditas carnes, huesos descoyuntados y sangre mucha sangre, todo
ello aderezado con la burla, el desprecio y la iniquidad de quienes
contemplaban la escena. En ese rostro lacerado de Jesucristo doliente nos
cuesta reconocer la imagen del Dios todopoderoso y lo que nuestros ojos ven es
más bien al Dios todo debilidad a quien se le escupe en la cara, de quien todos
se ríen y mofan, al que se le despoja de las vestiduras dejándole totalmente
desnudo, sin respeto alguno al más elemental sentimiento íntimo de pudor y
decoro, a quien se le abofetea, se le insulta y al final se le ejecuta como al
peor de los criminales.
Cristo tuvo, sobre todo, que soportar un profundo dolor
espiritual. Vivió en toda su intensidad la terrible noche oscura del alma al
sentirse abandonado de Dios. Quedamos desconcertados y no sabemos que decir al
contemplar a Jesús abatido en medio de profundas tinieblas oyéndole pronunciar
palabras terribles “Me muero de dolor”… “Dios mío aleja de mi este cáliz”,
“Padre, Padre ¿por qué me has abandonado”? ¿Acaso Jesucristo no era Dios ¿Por
qué el Padre no le escucha y no acude en
socorro de su Hijo amado que le suplica le libre de este trance? Ni siquiera los evangelistas se atreven a dar
una explicación del abandono de Cristo en estos momentos supremos.
Ciertamente que
quien sufre y muere en la cruz es el hombre llamado Jesús; pero ese hombre a la
vez es Dios, el Hijo predilecto del Padre. Más difícil que responder a la
pregunta del cómo es responder a la pregunta de ¿Por qué Cristo tuvo que
padecer y morir? Los teólogos más osados lo han intentado y tratando de
profundizar en este tema hasta han llegado a
plantear el siguiente dilema: Si Dios pudo salvar a su Hijo y no quiso ¿cómo
puede llamarse Padre? Si Dios quiso y no pudo ¿cómo puede llamarse Dios? Yo
pienso humildemente que hay otra forma de plantear la cuestión.
A mi modo de ver
la pregunta de que debemos partir es esta otra ¿Convenía o no convenía que todo
trascurriera según los planes de Dios? y la respuesta no puede ser otra más que
un SÍ rotundo. Hasta cierto punto ello puede ser comprensibles incluso desde
nuestra menesterosa indigencia. Era
conveniente que Dios pusiera de manifiesto su infinito amor al hombre y lo
hiciera de la forma más contundente y ¿qué prueba más evidente que llegar a
dar la vida por la persona amada? Es como si Dios, sabiéndolo obstinados que
somos no hubiera encontrado forma mejor de romper nuestras dudas y ganarse
nuestra confianza.
Después de lo sucedido ya no podemos tener duda alguna,
de que Dios nos ama infinitamente sin mérito alguno por nuestra parte; ya queda
meridianamente probado que Jesucristo ha pagado nuestro rescate generosa y
sobreabundantemente. La prueba fue costosa; pero ahí está para quien quiera
verla. Dios nos ha dado lo mejor de sí mismo y ha sido bueno con nosotros. Con
el dolor y la muerte de Cristo crucificado quedaban para siempre al descubierto
las entrañas del Dios de la misericordia y esto era importante que lo
entendiéramos nosotros que somos tan desconfiados y recelosos.
El drama del
Gólgota entraba en los planes de Dios porque con él se daba también respuesta a la pregunta inquietante que
tantos hombres y mujeres se vienen haciendo a lo largo de la historia ¿por qué existe el mal y el dolor en el
mundo, donde está Dios cuando suceden horrendas catástrofes con niños y víctimas
inocentes como protagonistas? ¿ Donde está Dios cuando esto sucede…? Los cristianos
lo sabemos muy bien. Dios está siempre con las víctimas inocentes. Id a
buscarle a la cruz, allí le encontrareis sufriendo con los que sufren, muriendo
con los que mueren, siendo consuelo para todos, por eso el misterio de Cristo
crucificado, ultrajado y humillado ha sido siempre objeto de un especial fervor
popular, Él es Dios de los fracasados, los torturados y los mártires que a
nadie puede dejar indiferente. Cristo en la cruz no es signo de impotencia,
sino la prueba inequívoca de su cercanía a los hombres, de manera especial con los
que sufren. No puede quedar más claro que al hacerse uno de los nuestros corrió
con todas sus consecuencias
Cualquiera que
contemple a Cristo doliente puede estar seguro de la bondad de un Dios que está
de parte de las víctimas. Cristo pendiente de la cruz es expresión suprema de
solidaridad, el más alto grado de complicidad
con el hombre que cabía imaginar.
Tal como el mismo Albert Camus reconoce, sería injusto sentar
en el banquillo de los acusados para
pedir cuentas del dolor en el mundo a quien voluntariamente abandonó su felicidad y
renunció a sus privilegios de la divinidad para bajar a esta tierra y
cargar sobre sus espaldas con todas las
desdichas de la humanidad herida por el pecado, tal vez por eso, millones de
hombres y mujeres en medio de la crisis religiosa por la que atravesamos, se
resisten a olvidarse del Dios doliente y
todos los años por Semana Santa abarrotan los templos y salen a las calles y
las plazas de sus pueblos o ciudades para ver pasar al Nazareno camino del
Calvario, sin poder reprimir las lágrimas.
Por fin en los
planes de Dios previsiblemente existía un motivo de ejemplaridad. El hombre
necesitaba tener como modelo a Cristo
crucificado para que aprendiéramos de Él todos los que tenemos que caminar a
través de un valle de lágrimas. El Cristo
doliente, tal como decía Unamuno, se nos muestra a los hombres y mujeres como
ese Divino Maestro del que aprendemos dolores que surten esperanzas. Los que
hemos crecido a la sombra de la cruz de Cristo, bien sabemos que cuando nos
hemos acercado a besar sus pies nos hemos sentido reconfortados. Bien sabemos
que siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, lo que estamos haciendo es
acercarnos a la vía de la luz. Con los ojos puestos en ti, Cristo del Calvario,
y apretando los labios, te damos las gracias, te pedimos también que seas
siempre ejemplo para nuestra vida y que sepamos imitarte en los momentos
tristes. Queremos unir nuestro corazón al suyo, estar junto a tu imagen muerta
repitiendo una mil veces que nos sentimos orgullosos de ser hombre como tú y
que el sufrir contigo y por ti, más que sufrimiento es gozo.