LA TUMBA VACÍA

 

Con las primeras luces del día un grupo de mujeres avanzan por entre luces y sombras.

Las luces las aporta el día que comienza y las sombras las aportan sus corazones apenados.

Avanzan decididas pero sus corazones laten con fuerza. Tienen temor y no lo ocultan.

Saben que un grupo de soldados cuidan la tumba.

Saben que la tradición dice que los seguidores de un crucificado son reos de muerte.

Esperan poder cumplir con el sagrado deber de ungir el cuerpo del ser querido muerto.

Movidas por el amor y la piedad se van acercando al lugar donde le han sepultado.

Una duda se suma a sus pesares. ¿Cómo podrán llegar hasta el cuerpo de Jesús?

Han visto que una inmensa piedra cubre la boca del sepulcro y saben que sus fuerzas no les permitirán correr aquella piedra.

A medida van acercándose algo llama la atención.

Casi sin palabras, silenciadas por el asombro y por el temor a los guardias, se hacen señas en dirección al sepulcro.

Ven con claridad pero sus miradas dicen mucho más que diversas palabras no pronunciadas.

Ello hace que el temor aumente en ellas. Pero, igualmente, avanzan.

No se animan a acercarse ante la tumba con la boca abierta.

“No busquen entre los muertos al que está vivo”

Aquel saludo hace que sus primeros temores se vuelvan pánico. Quieren huir.

Quieren alejarse de aquel lugar pero algo les detiene.

“Los estará esperando en Galilea”

Para vivir al resucitado necesario se hace regresar a los comienzos.

Para Jesús todo comenzó en Galilea y ahora les esperaba allí.

Es la invitación que se repite hasta hoy.

Jerusalén es la ciudad del templo. Galilea es la región del pueblo.

Era una región que no se caracterizaba por su escrupulosa religiosidad.

Era una región donde las necesidades abundaban.

Allí habrían de volver para el encuentro con el Jesús de la vida.

Es la invitación que continúa realizándose.

Volver a los comienzos para encontrar “al viviente”

Volver a los comienzos para prolongarle vivo.

Dejar lo establecido para salir al encuentro del ser humano necesitado.

No somos discípulos del crucificado sino del resucitado y, para ello, debemos “volver a Galilea”

“Volver a Galilea” es adentrarnos en la esencia misma de lo de Jesús.

Es animarnos a dejar atrás seguridades y comodidades para testificar al Señor de la vida.

Es animarnos a encontrarnos con los necesitados de saberse dignos y ayudarles a buscar.

Es animarnos a encontrarnos con los demás y permitir que el amor crezca.

No somos llamados a quedarnos delante de una cruz o de un sepulcro. Somos llamados a vivir la vida como lugar de encuentro con Él.

Es poner trozos de esperanza en medio de tantas inseguridades y desconfianzas.

Es poner luces de sonrisas en este hoy lleno de grises y recelos.

Es volver al comienzo para no dejarnos engañar por las rutinas.

Es volver a recordar siempre que la tumba está definitivamente vacía.

 

Padre Martin Ponce de León. S.D.B