Divagaciones para tiempo pascual

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

Me gusta presentar una imagen del individuo humano haciendo referencia a un determinado objeto, que el lector se imaginará, pero que yo más de una vez me he hecho. Supóngase una botellita de plástico, en su parte inferior hay mercurio, encima agua, en el nivel superior aceite. La tapa ajusta herméticamente. Un tal ejemplar es para mí una imagen simbólica del hombre.

 

El mercurio correspondería a la corporeidad, aquella que sometemos al profesional de medicina interna, la otra, atañería a la mente, de la que puede ocuparse el sicólogo o el siquiatra. La superior simboliza la espiritualidad, aquella capacidad de comunicarse con Dios o, si se quiere, con lo que le es a uno trascendente.

 

El mercurio puede oxidarse por la acción del agua. Si uno agita intensamente los niveles intermedios, tal vez consiga un coloide. Si aprieta el tarro por donde está el aceite, la presión se trasmitirá por el interior, con la misma intensidad y en todas las direcciones (principio de Pascal).

 

Están separados los niveles, pero íntimamente comunicados e influidos. Un dolor de cabeza nos puede llevar al médico para que cure e interprete el trastorno, después, vuelto obsesivo y sumergiéndonos en ansiedad o depresión profunda, llevarnos al sicólogo o al siquiatra. Finalmente, movidos por reflexión serena, en sincera oración, nuestra conciencia se interroga y solicita ayuda a Dios en tal trance o se revela ante su misterio, que rehúsa aceptar.

 

Dicen que, de nuestra alimentación, el 70% se aprovecha el cerebro, lo más desconocido de nuestro cuerpo. Observado a la luz solar nos parece que es macizo. Sometido a Rayos X semeja sea de la densidad propia de una medusa. Si se trata de radiaciones de una mayor frecuencia, pasan sin enterarse ni dar señales de que exista. No quiero continuar por este terreno, que no me es propio y que aburriría a la mayor parte de lectores. Baste afirmar que lo que llamamos cuerpo “es un saco de agujeros”.

 

Otra cuestión referente a la corporeidad. De continuo entran, se incorporan y salen moléculas de agua. El calcio de la alimentación se deposita en los huesos y a la postre emigra también. Podría continuar, acabo con una sola cuestión. Si esta es la realidad del conjunto ¿ocurre también con los oligoelementos? (doy la definición: elemento químico que en muy pequeñas cantidades es indispensable para las funciones fisiológicas; ej. el cinc y el aluminio).

 

Lo pregunté a mi amigo Dr. Margalef, experto sin par y me aseguró que también estos átomos entran, se incorporan momentáneamente y salen. Si de continuo cambia la realidad física del cuerpo ¿qué significa la muerte?, ¿cómo y qué es lo que resucita?, le decía yo. Se encontraba el sabio en la última etapa de su vida. Trataba de que yo comprendiera sus apreciaciones. Le comentaba: es paradójico que habiendo dedicado tu existencia a la biología y ahora acercándose tu muerte, estés tú, científico y seglar, evangelizándome a mí, sacerdote y sin enfermedad aparente.

 

Cambio de tercio. - He titulado divagaciones para tiempo pascual y hasta ahora no he hablado de ello. Era un sencillo planteamiento previo.

 

La celebración de la Vela de Pascua, digo y repito, exige entusiasmo para salir de ella contento. Para que se saque provecho espiritual también. La misa del domingo, generalmente, es otra cosa. Otra cosa en cuanto al estado de ánimo que se requiere. Tal vez, más que a ser fiesta de paso, de múltiples pasos, siendo el principal el del “Paso del Señor de la muerte a la vida”, la pensamos como la Resurrección de Cristo, independientemente de los contenidos que la envuelven.

 

La Iglesia latina u occidental, ha puesto el acento en el sepulcro vacio, del que sale triunfante de la muerte biológica el Cristo Redentor. Las Iglesias griegas u orientales, piensan más en la “bajada a los infiernos, al rescate de los justos que esperaban su santo advenimiento”. Dicho de otra manera, no existe el icono de la Resurrección. Obsérvese que pese a estar refiriéndome a oriente, lo escrito entre comillas, corresponde textualmente a lo que yo mismo estudié en mi catecismo infantil de Astete-Vilariño. Eso estudiaba, era una de las verdades de la Fe, se me decía, pero lo que me entraba por los ojos, lo que yo veía en las pinturas era, y es, un Cristo vagamente vestido, saliendo triunfante de la tumba. Dicho de otra manera, y que a nadie le suene a blasfemia, algo semejante a las ilustraciones del duende de “Aladino y su lámpara maravillosa”.

 

Que el cuerpo de Jesús, al cabo de los tres días de rigor, salga de la tumba y vuelva a la vida, ni a un niño, ni a un adulto, le supone imposible e inaceptable fenómeno. Pero la realidad es otra y muy superior. Creemos que Jesús, históricamente muerto, clínicamente muerto, dicho de otra manera, se tornó y mostró para siempre vivo y dotado, sin haber perdido su humanidad, de dones, privilegios y cualidades superiores. No revivido, como lo fue Lázaro, o el hijo de la viuda de Naín. Divinizado, en una palabra. Algo así como el que observaron los tres discípulos en la montaña alta, cuando en ella se transfiguró. (Mc 9,2).

 

Pablo afirma: “se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida. Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual. El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo.  Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste. (Icor 15,44)

 

Otro cambio de tercio.- Refiriéndose al pedagogo cristiano, sea predicador, catequista o maestro, el predicador debe preparase con la Biblia en una mano y el periódico en la otra, dice el teólogo Karl Barth. Con una aprenderá enseñanzas de Dios, con el otro intuiciones y deseos de los hombres.

 

En los diarios impresos abundan las noticias. Muchas de ellas impactan en nuestro interior y nos formulan preguntas que tal vez en el mismo ejemplar o en los siguientes hallarán alguna respuesta o acrecentarán aun más nuestro interés inicial. Me voy a referir a algunas que se han publicado hace pocos días.

 

Murió el astrofísico y cosmólogo Stephen Hawking. Admiré siempre su tesón y su coraje para no dejarse vencer y caer en el desánimo, frente a la enfermedad que le aquejaba. Por el interés de su contenido y como homenaje anónimo a su testimonio, me leí en su día, y en pocos días, su “Historia del tiempo” de cabo a rabo, amén de prolíficas entrevistas que se le hicieron por aquel entonces. Confieso que continuó mi admiración por su persona, pero no estuve de acuerdo cuando al referirse a la realidad trascendente, decía que él lo que buscaba era entrar en el pensamiento de Dios, o algo parecido, pues cito de memoria. Más tarde afirmó rotundamente que no creía en Dios, pues el universo no tenía ninguna necesidad de Él para existir. Pienso yo que lo buscaba como quien con redes y en un carro de combate saliera a cazar pulgas. O en un trigal pretendiera encontrar elefantes.

 

Recuerdo siempre al profeta Jeremías cuando dice: Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. (Jr 70,7). Más que buscar a Dios, cosa muy lícita, precisa el hombre dejarse encontrar por Él.

 

Con motivo de su fallecimiento se han hecho referencia a temas como los agujeros negros o el big-bang. Se le atribuían sus desvelos para avanzar en mayores descubrimientos, sin recordar que ambas teorías, como el evolucionismos y muchos otros contenidos científicos que aceptamos, no dejan de ser hipótesis, como en otro tiempo lo fue la existencia del éter, hipotética substancia muy adecuada para explicar transmisiones de ondas y fotones, pero que la física moderna rehúsa aceptar hace ya tiempo.

 

Nos ha asombrado la valentía del Cabo Primero de la Guardia Civil Diego Díaz, que tratando de salvar a quienes estaban atrapados por indómitas corrientes de agua, encontró él, a 300 metros, su muerte. Admiración mayor ha suscitado en el país vecino, el comportamiento del Teniente Coronel de la Gendarmería francesa Arnaud Beltrane, que ofreció su persona a favor de una rehén en un atraco-robo terrorista. Había él peregrinado a Sainte-Anne-d’Auray, donde pidió a la Virgen encontrar a la mujer de su vida. La encontró en Marielle de Fe profunda y discreta. Desde hacía dos años, ayudados por un monje, preparaban su próxima boda. Había peregrinado también a Compostela en busca de ayuda de Dios.

 

No tuvo hijos, no pudo casarse. En el Cielo Trascendente se encontrará un día con Marielle y celebrarán matrimonio eterno y contemplarán el fruto de su ejemplar vida