FE Y CIENCIA

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

De esto hace muchos años. Me buscó un día una chica conocida, pensaba casarse y quería que celebrase yo la ceremonia. No me negué, pero le dije que era necesario que previamente nos encontrásemos y hablásemos, ya que el novio me era totalmente desconocido.

 

Nos vimos. El chico, universitario, había permanecido en un lugar de África, sirviendo generosa y clínicamente a las gentes del lugar, un poco a lo “free lance”. La vivencia altruista con los más pobres, los abandonados aparentemente por todos, había avivado su sensibilidad y con lealtad, me dijo que no creía en Dios. Había pensado muchas veces aquello mismo de Jorge Cafrune, en una de sus coplas del Payador Perseguido “Dios por aquí nunca pasó”. No eran momentos de discutir, pero sí de compartir opiniones y convencimientos. Se me ocurrió decirle entonces que cómo se explicaba la aparición del primer electrón, que se había aperado con un protón, para formar el primer átomo de hidrógeno. Amablemente me dijo: mira, un Dios así y nada más que así, no me interesa. Me deja frío. Pensé que tenía razón.

 

Que ciencia y Fe no se oponen, estoy convencido. Que a uno pueda apasionarle la ciencia, lo encuentro mucho mejor y admirable, que si sólo se interesase por el futbol o coleccionar cromos.

 

Cuando celebro misa afirmo que Dios es santo y no lo proclamo como consecuencia de descubrimientos astrofísicos, de hallazgos microscópicos o de análisis cromatográficos. Mi Fe es Gracia, Amor y compromiso.

 

No ignoro que, para ciertas personas, el sendero de la ciencia les lleva a Dios. Pienso ahora en Teilhard. de Chardin, al que tanto admiro. Pero no hay que olvidar que fue también un cristiano piadoso, el rosario y la devoción al Corazón de Jesús no le eran ajenos, era poeta y sus hipótesis cosmológicas y metafísicas se adentraban por terrenos místicos.

 

Y añado que la ciencia a veces ayuda prácticamente hasta en momentos impensables, sin que lleguen a ser inoportunos. Algunos juzgarán el ejemplo como chusco, pero no lo omito. Al iniciar la recitación de las letanías de los Santos, durante la pasada Vela Pascual, les decía yo a los que conmigo estaban: los bienaventurados del Cielo están relacionados con nosotros, como puedan estarlo dos fotones gemelos. Y si entre ellos puede haber teletransportación, mucho más entre ángeles, vírgenes, confesores o mártires, aunque a eso le llamemos comunión. Y ahora digo yo: tanto afanarse por encontrar vida inteligente, que parece no puede estar centrada en otra cosa que no sea la química del carbono y el agua en su composición, no por observaciones astronómicas, ni por señales de ondas electromagnéticas, nosotros los creyentes, sabemos que existen otros seres de infusa o desconocida inteligencia, consecuencia de otra gratuita creación, a los que llamamos ángeles, a los que invocamos y reclamamos compañía, en la misma recitación del prefacio de la misa.

 

Nuestra ciencia es inductiva o deductiva, a la par de la intuitiva. No podemos ignorarlo, pero no considerarlo como exclusivo. Existe la visión mística de la que gozan tantos contemplativos, que no depende ni de la misma fe, ni de la mayor o menor capacidad intelectual de los dotados de cualidades extáticas.

 

Que nadie se me ría ahora. Lo he dicho en otras ocasiones y no obligo a nadie que me crea. Yo mismo, que me he pasado la vida sin aceptar la radiestesia, se me ocurrió un día hacerme un elemental péndulo y extender el brazo. Estupefacto comprobé que la piedrecita se movía circularmente en dirección opuesta a las de las agujas del reloj. Confieso que no creo en ello, pero que siempre que hago la prueba, en lugares o con objetos cargados de contenidos espirituales, religiosos o no, el péndulo persiste en moverse de la misma manera. Debo reconocer que existe algo que no es ni magnético, ni radiactivo, que influye de tal manera que excita a la piedrecita, sin que yo sepa cómo.

 

Por si acaso alguien no lo supiera, después de tantas disquisiciones: mi Fe no depende ni de las pruebas de Aristóteles, ni de mi pendulito. Es otra cosa.