GENTE
Y ESPERANZA-OPINIÓN
Padre
Pedrojosé Ynaraja
Dediqué recientemente unos cuantos
comentarios a la Fe y las relaciones de esta virtud teologal con la ciencia,
sean postulados de la física, astrofísica o metafísica. Acabadas mis
consideraciones respecto a la primera virtud, consecuentemente, corresponde
referirme a la Esperanza.
Hace años, dije y escribí, que nuestra
actual cultura sufría pandemia de Esperanza. No era frecuente, por aquel
entonces, referirse a ella explícitamente. Que en el catecismo hubiéramos
aprendido que tres eran las virtudes teologales, no implicaba que se dieran
muchas nociones a este respecto. Oír decir de alguien que era hombre de fe,
podía ser expresión común. De otro afirmar, que dedicaba sus desvelos a la
Caridad, también. Pero nunca escuché decir de alguien que era persona de
Esperanza.
Son síntomas de la pandemia que nos
aflige, el aumento del número de suicidios. Suicidios jóvenes, que es realidad
muy inquietante, ocultada, si es posible por la misma familia que sufre tal
desgracia. Porque si lo hace un adulto a lo monje budista, o un viejo al paso
de un tren, o una modelo o artista, mediante alcohol y pastillas, deja un mal
recuerdo, pero, generalmente, nadie se siente culpable. Ahora bien, si el que
se suicida es un chico o chica joven, estudiante o no, de inmediato se piensa
en que no era comprendido por sus padres, o amenazado injustamente y les
interroga discretamente el juez de guardia. Añádase a lo dicho el fenómeno del bullying, que, no lo olvidemos, siempre ha existido, sin
consecuencias mayores y en espera de que la madurez cure sus cicatrices y el
triunfo que en soledad se logre, satisfaga y al sentir gozo en ello, se sienta
el sujeto víctima vencedor de sus antiguos crueles compañeros.
Sin llegar al suicidio, en lenguaje
técnico autolisis, que, si lo ha intentado y ha habido intervención clínica,
constará en su ficha personal para siempre y condicionará su aceptación. Sin
llegar a tales extremos, repito que penetrar en el terreno de la droga, dura o
blanda, prohibida o legal, es una suerte de suicidio a plazos. Una patente
muestra de falta de Esperanza.
Los medios lo han publicado
recientemente: la primera causa de muerte juvenil, de 15 a 34 años es el
suicidio.
El descubrimiento de la segunda virtud
lo hicimos algunos leyendo a Charles Peguy. Leyéndolo
en francés, su lengua y en la que estaba a nuestro alcance. Su machacón estilo
literario, dentro de la delicadeza de sus imágenes y descripciones, exigía
algún esfuerzo, pero lo conseguí personalmente. Nos llegó una antología de este
autor en lengua castellana, fue ver el cielo abierto. Supuso Peguy aire nuevo a una formación que había puesto el acento
en que nos sintiésemos siempre encerrados “en este valle de lágrimas”. Poeta
místico era, que de la Esperanza hizo una de sus más genuinas banderas.
Creo recordar que fue Juan-Pablo II el
primer pontífice que se ocupó del tema.
“Spe Salvi”
(Salvados en esperanza) la segunda encíclica de Benedicto XVI, debía ilustrar,
enriquecer teológicamente, ayudarme a madurar el entusiasmo que había infundido
en mi alma el autor francés. He de confesar que la primera apresurada lectura,
me decepcionó. Ni siquiera mencionaba a Peguy. Más
tarde comprendí que el papa Ratzinger era germánico, que su enfoque era muy
cerebral y que como a tal, le correspondía así escribir. Y que debía acoger
gozoso su doctrina, que fortalecía lo que hasta entonces había esperanzado ido
viviendo.