Adaptarse con paciencia

P. Fernando Pascual

25-4-2018

 

La falta de aceptación del modo de ser de otros constituye una fuente de sufrimientos personales y de tensiones en casa, en el trabajo, en otros ambientes.

 

Quisiéramos que uno hablase más rápido, que otro hablase lentamente; que éste fuese más programado, que aquel fuese más espontáneo; que el vecino no hiciera ruido con la puerta; que el amigo no mirase su móvil cuando le hablamos.

 

La experiencia nos enseña, sin embargo, que hay rasgos en los otros que son difícilmente modificables. Muchos, es verdad, pueden modificar actuaciones que resultan molestas para los demás. Pero otros muchos difícilmente cambiarán.

 

Por eso, fuera de lo que sean vicios corregibles o actitudes malignas, podemos adaptarnos a aspectos menos simpáticos (incluso a veces desagradables) de otros desde una paciencia serena y amistosa.

 

Aprender a adaptarse a esos aspectos permite caminar con más paz en la vida. Porque reprochar continuamente lo que es un tic muy arraigado consigue muy poco y puede resultar ofensivo, mientras que soportar los defectos del prójimo es una hermosa obra de misericordia.

 

En ocasiones, adaptarse será algo recíproco. También yo tengo mis defectos que los demás sufren con paciencia casi heroica. Tengo que esforzarme para eliminarlos, pero no siempre lo consigo.

 

Por eso el consejo de san Pablo sigue en pie: "Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4,1‑3).

 

Un poco más adelante añade: "Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo" (Ef 4,31‑32).

 

Nuevamente, desorden en la cocina. Sí, se lo he dicho varias veces. No gano nada enfadándome. En el fondo, sé que tiene un corazón magnífico aunque no cuide algunos detalles.

 

Me corresponde ahora perdonarle, porque Cristo también a mí me ha perdonado tantas veces. Me adaptaré en cosas que no son de vida o muerte, mientras caminamos juntos, como hermanos, hacia el encuentro del Padre de la misericordia.